Hay muchas maneras de hacer pagar eco-impuestos a los ciudadanos con una huella ecológica de tamaño pisotón. Hasta que llegue el gravamen general, una especie de Impuesto a la Huella de las Personas Físicas (IHPF), hay una serie de tasas parciales, como el impuesto al CO2, que aumenta en función de los gramos de CO2 que produce el coche por kilómetro. En general los coches son carne de impuesto, y también es relativamente fácil penalizar combustibles contaminantes como el gasóleo (ahora mismo, su precio se va a equiparar con la gasolina) o cargar una sobretasa a los consumos elevados de electricidad y agua. La basura se resiste, aunque hay experiencias prometedoras de hacer pagar una tasa de basuras en relación con los residuos reales producidos, y no al tamaño de la vivienda como ahora.

Lo que está todavía poco trabajado es el premio o subvención directa a los estilos de vida de baja huella. Es el principio de “el que no contamina, obtiene beneficios”, que es complementario de  “el que contamina, paga”. Es un cambio interesante desde el modelo clásico de castigar a las empresas contaminantes, el nuevo modelo de premiar a los ciudadanos de huella ecológica reducida. Es algo muy distinto de enviar inspectores a una fábrica y examinar las cañerías de vertido de aguas residuales. Ahora estamos hablando de decenas de millones de hogares y de circunstancias personales.

No va ser fácil premiar directamente las conductas virtuosas con nuestro planeta. Existe un modelo de pagar a los que van en bici al trabajo, en Francia, a razón de 0,23 € el kilómetro. Hay varios proyectos municipales para subvencionar transporte público a personas que dejen el coche, el de Barcelona ya está en marcha, aunque parece ser que ha conseguido resultados muy por debajo de las expectativas (unas 200 adhesiones contra las 4.000 esperadas).

No obstante, la compensación a dar de baja un coche viejo y contaminante es sustanciosa: el consorcio de transportes del Área Metropolitana de Barcelona proporciona a cambio una tarjeta verde para viajar gratis por toda sus red durante tres años. Echando números, si el abono mensual para toda la red de transporte público sale por 153,55 €, tres años gratis equivalen a 4606,5 €, la mitad del precio de un coche nuevo pequeño, como el Seat Ibiza.

Si es justo dar ayudas a los que dejan el coche, ¿habría que premiar a los caminantes? ¿O a los veganos y vegetarianos? El análisis de más de 5.500 respuestas de la encuesta “Calcula el tamaño de tu huella ecológica… y aprende cómo reducirla” muestra que una tercera parte de los que se declaran veganos utilizan para sus desplazamientos cotidianos medios de transporte de emisión cero, bicicleta (12%) y caminar (20%). Solo un 34% dice usar el coche. En el extremo opuesto, los que se declaran amantes de los chuletones caminan o usan la bicicleta con mucha menos frecuencia (cuatro veces menos), mientras que usan el coche mucho más, casi dos tercios del total.

¿Debería recibir alguna gratificación la reducida minoría de caminantes veganos? Después de todo, no emiten un gramo de contaminantes ni CO2 en sus desplazamientos por la ciudad, no hacen ruido, apenas ocupan espacio, y su dieta causa un impacto menor sobre el medio ambiente que la dieta con mucha carne. ¿Cómo se podría establecer tal subvención? Los caminantes en general son una parte de la movilidad urbana que no solamente no reciben ninguna ayuda, sino que tienen que desplazarse por un medio hostil diseñado por y para el coche.

Tras algunos estudios científicos, se está hablando de subvencionar las frutas y verduras como complemento de los impuestos al azúcar, grasas trans y otros alimentos dañinos. Impuesto y subvención combinados  formarían en conjunto una herramienta capaz de mejorar los hábitos alimenticios de la población más eficaz que si solo penalizamos el consumo de comida basura. En general, complementar los impuestos verdes con gratificaciones o subvenciones verdes puede ser una manera más eficaz de acercarnos a la sostenibilidad.

Lo malo es que muchas actividades de elevada huella ecológica (como los combustibles fósiles en general) reciben gran cantidad de subvenciones, como subrayan las publicaciones de la Agencia Internacional de la Energía. Orientar las subvenciones en la dirección de baja huella y dirigidas a la ciudadanía podría darnos el empujón que necesitamos para llegar a 2030 y a los Objetivos de Desarrollo Sostenible con buena parte del trabajo hecho.

Jesús Alonso Millán

Publicado originalmente el 19/07/2018

Imagen: Clem Onojeghuo en Pexels.