Tengo dos noticias para ti, una buena y otra mala. La mala es que hoy, 26 de octubre, se ha activado el protocolo 2 de contaminación, lo que quiere decir que no podrás aparcar en el interior de la almendra central de la ciudad si no eres residente. Amén de otras molestias, como no poder circular a más de 70 km/h por las autopistas urbanas. La buena noticia es que los conductores no sois mayoría, ni siquiera llegáis a la tercera parte de los desplazamientos por la ciudad. En realidad, aproximadamente un 30% de personas que se empeñan en moverse en su coche privado provocan el 80% de la contaminación y por lo tanto, de vez en cuando, las restricciones al tráfico. Se puede decir que tiran piedras a su propio tejado.

Todo eso no tendría más importancia si se tratara de un asunto reservado para los conductores. Pero resulta que el 70% restante vivimos en la misma ciudad y respiramos el mismo aire que tú y tus compañeros conductores ensuciáis. Nos levantamos para ir a trabajar, caminamos y cogemos el autobús o el metro. Encontramos las calles ocupadas por coches, cientos de miles de ellos. Esta riada de coches es muy ruidosa y también peligrosa: solo en la ciudad de Madrid, decenas de personas mueren cada año atropelladas, y cientos más resultan heridas de consideración. La contaminación que provocáis, por otra parte, causa un número de muertes prematuras que se ha calculado en miles, solamente en la ciudad de Madrid.

Eso sin contar la ocupación del espacio público. Los coches ocupan más de las dos terceras partes del espacio disponible en la ciudad. Muchas calles son verdaderas autopistas urbanas con cuatro o seis carriles, dejando a los peatones lo que sobra, aceras no muy amplias. En las calles estrechas, las aceras miden dos palmos de ancho. Los semáforos que se encargan de regular la coexistencia de los peatones y los coches están regulados de manera que proporcionan diez veces más tiempo al paso de vehículos que al de peatones. En una ruta de unos pocos kilómetros a pie por la ciudad, las sucesivas  paradas en los semáforos pueden suponer una pérdida de tiempo considerable. Peor todavía, el tiempo de cruce peatonal es tan corto que muchos ancianos y personas con discapacidad no tienen literalmente tiempo de cruzar para ponerse a salvo en la acera opuesta.

Lo más extraordinario de toda esta historia es que muchos de los conductores no necesitan usar el coche en la ciudad. Muy pocas personas viven a más de diez minutos caminando de una parada de metro, bus o cercanías. El argumento más usado por los conductores es el ahorro de tiempo: por ejemplo, “en autobús tardo cuarenta minutos y en coche veinte”. Eso es una ilusión más que una realidad. Los atascos reducen de tal manera la velocidad del tráfico que la media no supera mucho los 15 km/h. Por cierto, los autobuses tardan más porque ocupan el mismo espacio que los coches, si no está protegida su ruta por carriles bus o VAO.

La restricción de tráfico de hoy es la respuesta a una atmósfera tóxica, cargada de contaminantes como los óxidos de nitrógeno y las micropartículas. No es ninguna “guerra contra el coche”, es una cuestión de salud pública. Pero va siendo hora de que los conductores pongan algo de su parte. No es lógico que la tercera parte de la población haga la vida imposible a las dos terceras partes restantes. Si eres amante del coche, déjalo aparcado y úsalo para salir de la ciudad, pero no para circular por ella. Apiádate de los que caminan y coge el metro o el autobús entre las densas nubes de contaminantes que lanzan al aire los tubos de escape. Camina, usa la bicicleta y el transporte público. Millones de pulmones te lo agradecerán.