Son las 7 de la mañana del lunes 28 de marzo de 2016. Es de noche cerrada. Millones de trabajadores y trabajadoras españolas tienen que levantarse mucho antes de la salida del sol para llegar a tiempo a sus obligaciones, que suelen empezar hacia las 9 de la mañana. La semana pasada, a esa misma hora, lucía el sol, pero desde entonces han cambiado la hora: “a las dos, serán las tres”. El resultado es que la noche se prolonga hasta casi las ocho de la mañana.
Ocurre es que se suman dos vicios horarios en nuestro país, el horario de verano y la hora de Berlín. Cambiar la hora en verano para ahorrar combustible es una medida de guerra que se tomó en Alemania en 1918, para combatir la escasez de suministros que causaba el bloqueo naval aliado. La medida cayó en gracia y varios países (entre ellos España) la pusieron en práctica en años posteriores, pero luego se olvidó. En España se restauró durante la guerra civil. Hacia 1940 alguien olvidó publicar en el BOE el regreso al horario de invierno y nos quedamos con el de verano para los restos, es decir, con la hora de Europa Central, la hora de Berlín. Esta hora descompensada se descompensa todavía más al sumarle el cambio al horario de verano. En 1973, la Comunidad Europea se asustó de verdad ante la gran subida de precios del petróleo y planeó una respuesta contundente. ¿Tal vez la transición a una economía basada en energías renovables? No, ¡implantar el horario de verano para ahorrar energía!
El resultado es la completa oscuridad a las 7 de mañana a comienzos de abril. Galicia (al oeste de España) tiene la misma hora oficial que Galitzia (al este de Polonia). El problema es que en Przemyśl amanece un par de horas antes que A Coruña. La vuelta a la hora de Londres (o de Europa Occidental) se ha reclamado una y otra vez, pero el Gobierno permanece sordo a esta razonable petición, que además no costaría un euro, y que haría mejor la vida de millones de personas.