Un artículo reciente intenta encizañar a los conductores de Madrid: “El Ayuntamiento avisa: «Este año sí se cerrará la circulación en el centro por contaminación»”.  La respuesta instantánea de los comentaristas es pedir que les quiten una parte del impuesto de circulación, puesto que ya no les dejan circular por la ciudad. Esta anécdota es un síntoma de la gran importancia que están adquiriendo los ayuntamientos de las grandes ciudades para mover la movilidad urbana desde el callejón sin salida en que se encuentra a una posición más sostenible.

Con variantes, los grandes núcleos urbanos están declarando la guerra al coche privado de motor térmico. Puede ser una tasa por entrar en la ciudad, la prohibición de circulación de determinados vehículos por antiguos, por diesel o por ambas cosas, la instalación de cientos de semáforos conectados a cámaras, las restricciones al aparcamiento, etc. Y  ahora llega una medida que puede ser crucial: la prohibición pura y dura de la circulación durante los episodios de contaminación, que pueden durar semanas.

En general los conductores suelen manifestar gran resiliencia a todas las medidas hostiles al coche en la ciudad: pagan una y otra vez por aparcar, paran antes de llegar al semáforo en ámbar, reducen la velocidad, se compran otro coche (térmico) más moderno, etc. Pero la prohibición total asociada a la contaminación cambia las cosas pues es imposible de salvar, a no ser que tengas un coche eléctrico, que ahora mismo es menos del 0,1% del parque de turismos. La opción es caminar, la bicicleta o el transporte público. Pero hay una tercera solución, el coche público, que puede ser el gran ganador de esta nueva situación.

Esta categoría engloba desde el servicio de taxis –tradicional o Uber y derivados– a toda clase de redes de coche público (tal vez es una denominación mejor que la de “coche compartido”), como Bluemove, Respiro, Car2Go, etc. Todos estos vehículos son eléctricos o fáciles de electrificar por su pauta de recorridos. Si un gobierno municipal se toma en serio su responsabilidad y comienza a proteger la salud de sus ciudadanos prohibiendo el tráfico de coches térmicos privados cuando la atmósfera no pueda dispersar sus gases tóxicos, abrirá la puerta de par en par al coche público, seguramente eléctrico, con o sin conductor.

Las restricciones al tráfico para prevenir episodios de contaminación pueden ser, curiosamente, la gran palanca de cambio hacia la movilidad sostenible. Revelarán las ventajas de no usar el coche privado de gasolina o gasoil en la ciudad: transporte más barato y rápido, mitigación o evitación de los atascos, reducción drástica de los niveles de ruido y contaminación, y muchos menos muertos y heridos por atropello. Merece la pena intentarlo, podemos empezar este invierno en Madrid –y en muchas otras ciudades del mundo.