Shenzhen, en la desembocadura del río de las Perlas de la costa sur de China, con doce millones de habitantes, es la única ciudad del mundo con una flota de autobuses cien por cien eléctrica, y está a punto de electrificar su flota completa de taxis. Es el hogar de BYD, el segundo fabricante de coches eléctricos del mundo, después de Tesla.

A mucha distancia de allí, el movimiento de los chalecos amarillos en Francia surgió porque una buena parte de la población descubrió que no podía pagar su transporte cotidiano a base de coche privado de motor diésel, especialmente si este combustible era gravado con un impuesto especial.

Un bulo muy antiguo cuenta que a la reina de Francia, María Antonieta, solo se le ocurrió decir cuando se enteró de que al pueblo le faltaba el pan “pues que coman pasteles”. Lo mismo se dice ahora de la gente con dificultades de transporte: “pues que se compren un eléctrico”. El precio medio de un coche eléctrico en Europa es de unos 30.000 euros.

Clemente Álvarez se pregunta en un reciente artículo cómo evitar que el coche eléctrico sea solo para ricos. Ahora mismo, el arquetipo de coche eléctrico “de calidad” es un Tesla de 60.000 €, completamente inalcanzable salvo para la élite. La industria todavía no ha conseguido ofrecer al público un utilitario eléctrico que casi todo el mundo pueda comprar y que sirva como coche familiar. Pero está muy cerca, en realidad solo necesita quitarse de encima su tecnología obsoleta de coches de motor térmico y ponerse a fabricar vehículos eléctricos en serio.

Los expertos insisten en el papel determinante de la acción política de los gobiernos. China es el único país que ha establecido cuotas de fabricación de coches eléctricos, pero también subvenciona generosamente a la industria, que se está moviendo en dirección al vehículo eléctrico con mucha más agilidad que la europea. También ayudaría en la transición de la combustión a la electricidad cambiar el modelo de coche actual (de estatus, pesado y potente), al coche electrodoméstico, ligero y sencillo, un mero vehículo de transporte.

El coche eléctrico es una parte del proceso llamado transición ecológica. Está conectado directamente con la expansión de la energía renovable, y mediante sistemas V2G (vehículo a la red) puede incluso servir para almacenar la energía renovable producida.

Hay muchas cosas que pueden salir mal: la materia prima de las baterías no debería ser factor de violencia, como sucede con el coltán, debería cuidarse mucho la reducción de la contaminación generada al fabricar coches eléctricos, las ayudas a la compra de estos coches debería estar orientadas a los que las necesitan, no a los ricos excéntricos con ganas de pilotar un Tesla, e incluso el “coche electrodoméstico” puede provocar tal rechazo social que ponga en peligro su viabilidad.

La sustitución del parque actual de turismos por modelos eléctricos parece una misión tan titánica como imposible. Pero se ha visto que los cambios tecnológicos fuertes se pueden diseminar muy rápidamente en cuanto desaparece el obstáculo principal –por ejemplo el elevado precio y la poca utilidad familiar en el caso del eléctrico. La expansión del smartphone es un ejemplo. El coche eléctrico pesa mil veces más que un smartphone, pero su generalización no debería ser mil veces más difícil.

En realidad, el teléfono inteligente y otras tecnologías  de la información permitirán que la flota actual de turismos (unos 25 millones de coches en España) sea sustituida por una cifra muy inferior de coches eléctricos, tal vez un tercio o un 20% (que serían solo de ocho a cinco millones de coches). De esta cifra parte serían en propiedad como ahora y el resto compartidos y probablemente autónomos, dando servicio a todo el mundo de manera eficaz y cómoda, y no solamente a una élite.

 

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