Fotografía: Pixabay

 

Corrían los años ochenta en Madrid y la generación de la Movida se veía arrasada por la heroína. Conocida por muchos como la “generación perdida”, multitud de jóvenes se adentraron en aquellos años en la dependencia de las drogas ante una España alarmada por una situación a la que no conseguía hacer frente. En el año 1983 se registraron más de cien muertes por sobredosis y el diario ABC aseguraba que el 91% de los jóvenes había probado algún tipo de estupefaciente. La única razón para que este boom no llegase a su fin eran los 300.000 millones de pesetas que movía en España.

Actualmente acabamos de adentrarnos en el año 2019 y la generación de jóvenes que sufrió una de las crisis económicas mundiales más relevantes que se recuerdan llega a su mayoría de edad con grandes dificultades para encontrar trabajos dignos. Encuentran dificultades para ganarse la vida, independizarse e incluso formarse académicamente, pero no para visualizar anuncios de lo que algunos consideran la nueva heroína, las apuestas deportivas. Este hecho se desencadena en 2011 cuando la ley del juego acepta la entrada en su mercado a las apuestas deportivas. A partir de ese momento, estadios de fútbol, televisiones, radios y demás espacios publicitarios se inundan con estos mensajes con un único fin, que las casas de apuestas ganen dinero.

Como ya sucediese en los años ochenta la respuesta por parte de las administraciones ha sido paralela a este crecimiento, a pesar de los 190 millones de euros que se embolsaron en 2019, y la posibilidad de inscribirse en los conocidos como registros de ludópatas que están al alcance de todos los usuarios que pretendan que se les vete la entrada en los locales donde se realizan apuestas deportivas. Registros que han crecido un 320% en los últimos cinco años en las Comunidad de Madrid.

Lo más preocupante de esta serie de datos no es solo el incremento de esta práctica sino el perfil de las personas que la llevan a cabo. El jugador promedio es un varón cuya edad se sitúa entre los 18 y los 43 años y cuyo nivel de ingresos y estudios es bajo. Además estas prácticas se acentúan con las situaciones adversas como las pérdidas de familiares o los problemas económicos. Como si de medicina se tratase, como si calmase el sufrimiento.

A pesar de lo negativo y preocupante de todos estos datos, las casas de apuestas han aumentado en un 304% desde 2013 hasta 2017, año en que los madrileños pusieron en juego más de 384 millones de euros. Además, las tecnologías han ayudado a la difusión y práctica de esta adicción y los más jóvenes pueden realizar sus apuestas desde sus dispositivos móviles con gran facilidad, sin control y con un relativo anonimato.

Este fenómeno en auge no solo se pone en marcha en la economía del hogar, sino que a nivel mundial el concepto de “economía de casino” continúa tomando fuerza. Esta economía, al igual que las apuestas, dado el gran margen de beneficio que tienen pueden reportar gran cantidad de ganancias a los usuarios. El problema, como todo aquello que puede revertir un beneficio sencillo es el riesgo. El riesgo de todas estas transacciones es muy amplio y las pérdidas pueden ser muy numerosas poniendo en problemas la economía global. En un lenguaje algo más coloquial podríamos decir que a pesar de que estas acciones pueden hacernos ganar mucho dinero, la probabilidad de que esto ocurra es muy baja y por ello gran parte de las personas acaban con pérdidas considerables. Cuando esto ocurre con grandes sumas en bolsa, la economía global se vuelve frágil.

Muchos de vosotros os preguntareis el por qué de estos datos tan negativos y el por qué de este artículo, si no tiene nada que ver con el medio ambiente o un estilo de vida comprometido con el mismo. Pues bien, si nos ceñimos a la definición de sostenibilidad (lo que se puede mantener durante largo tiempo sin agotar los recursos ) veremos cómo esta práctica tan demandada por la sociedad y en especial por los jóvenes no es para nada sostenible, como tampoco lo fuera en los años 80 el auge de la heroína. La sostenibilidad no solo conlleva compromiso medioambiental sino que también supone compromisos sociales. En manos de todos está controlar esta práctica y en manos del gobierno, limitar sus servicios, pues a pesar de todo, también hay a quien le reporta beneficios.

Daniel de la Morena de Navas

 

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