Todos los años, 200 millones de toneladas de materiales plásticos se fabrican y distribuyen por todo el planeta. Tocamos a unos 30 kilos de plásticos por cada persona humana.

Los plásticos tienen una parte buena y otra mala. La parte buena es su papel en la fabricación de miles de productos que nos ayudan a vivir mejor: tuberías, carrocerías de vehículos, carcasas de ordenadores y teléfonos móviles, revestimiento de cables eléctricos, y así una infinidad de cosas. La ligereza, resistencia y versatilidad de los plásticos es una gran baza para ahorrar energía, por ejemplo.

La parte mala es el uso de plásticos para usos efímeros y absurdos, simplemente porque son más baratos que los materiales originales. Por ejemplo, bolsas desechables, microesferas usadas como exfoliantes en cosméticos, añadidos de poliéster a la ropa de algodón, vajillas de usar y tirar, etc. Todos estos plásticos tienen una vida útil de minutos, y terminan yéndose por el desagüe o metidos (con suerte) en un contenedor. De una u otra forma, los plásticos, a diferencia de los residuos de papel y cartón, metal o vidrio, empeoran progresivamente con el tiempo y terminan por convertirse en un problema de difícil o imposible solución.

El papel y cartón y los metales se funden literalmente con el sustrato donde se depositan. Las fibras de celulosa alimentan a microorganismos, el hierro de la lata se oxida y se disuelve en el suelo. Los vidrios son completamente inertes y como mucho se pulen como los cantos rodados, dejando tras de sí algo de sílice y otras sustancias que se incorporan a los materiales del sustrato sin alterarlos. Los plásticos tienen un comportamiento muy distinto. Se van deshaciendo poco a poco en micropartículas que mantienen su identidad química.

A diferencia de los materiales citados antes, que son muy simples, los plásticos son muy complejos. Cada plástico ha sido diseñado con características muy precisas de color, dureza, fragilidad, moldeabilidad, resistencia, peso, etc., y eso no se puede hacer sin una refinada ingeniería química que produce moléculas grandes y complejas, justo como las moléculas biológicas que forman el cuerpo de plantas y animales. Los plásticos efímeros se deshacen poco a poco y liberan micro y nanopartículas, que se vierten a la tierra, las aguas o el mar y comienzan su expansión por todo el planeta.

Tras pasar por el cuerpo de un pez que se comió por equivocación unas algas sazonadas con microplásticos, terminarán por llegar a los humanos, muchas veces en su plato de comida. Lo que ocurre después no está claro todavía, pero se sabe que no es nada bueno para nuestra salud. Nuestra fisiología sabe el modo de lidiar con un poco de celulosa o de óxido de hierro, pero carece de experiencia para enfrentarse a una molécula de 4,4′-(propano-2,2-diil) difenol, el bisfenol A en nomenclatura IUPAC. Y esa no es de las más complejas.

Especialmente peligroso es el añadido deliberado de microesferas de plástico a toda clase de productos: “fertilizantes y productos fitosanitarios; cosméticos (productos de enjuague y limpieza); detergentes y suavizantes; productos para limpieza y pulido; pinturas y tintas; productos químicos utilizados en el sector del petróleo y el gas; construcción; productos medicinales; y suplementos alimenticios y alimentos médicos».

En los productos de limpieza personal, los microplásticos funcionan como exfoliantes en cremas para limpiar la cara, pasta de dientes, geles de baño, etc. Las pequeñas bolitas de plástico funcionan como abrasivos.

El resultado final es que estamos metidos hasta el cuello en una sopa de plásticos visibles e invisibles, con decenas de miles de formulaciones químicas y con efectos sobre la salud y los ecosistemas que no se conocen todavía del todo, pero de los que hay indicios fundados de que no son nada buenos.

Después de la acción de la UE, prohibiendo las pajitas de plástico y restringiendo seriamente la distribución de bolsas desechables de plástico, y de miles de testimonios científicos que advierten del grave daño que se puede derivar de tanto plástico suelto, los ciudadanos tendremos que empezar a hacer nuestras propias listas: “No queremos plásticos en la pasta de dientes, ni en el gel de ducha, ni en la crema limpiadora, ni en las bolsas de la compra, ni en los envoltorios de comida, ni como ventanilla en las bolsas del pan, ni en los cubiertos desechables, ni en la ropa, ni en las botellas de agua, ni en los filtros de cigarrillos, ni en las toallitas, etc. Podemos vivir muy bien sin ellos, usando otros materiales (como las bolsas de papel)”.

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Dos preguntas sobre los plásticos, y sus respuestas:

  • ¿Qué pasaría con los plásticos si se acabase el petróleo? Nada importante para un mundo que estaría muriendo de frío y de inmovilidad.
  • ¿Los plásticos contaminan? No se puede aplicar la expresión “contaminar” a la presencia de los plásticos en el medio ambiente. Un objeto de plástico abandonado no ejerce acción alguna sobre su entorno. Lo importante es que nadie deposite los residuos fuera de los lugares previstos para ellos. Ningún artículo de plástico se fabrica en las playas, ni en los bosques, ni en los parques, ni en las montañas. Alguien los lleva allí y los abandona. Eso es lo que no debe ocurrir.

De la sección “preguntas frecuentes” de la web de ANAIP (Asociación Española de Industriales de Plásticos).

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