Fotografía: Jonathan Chng en Unsplash 

 

La botella de plástico de agua se ha convertido en todo un símbolo. Todos los días millones de botellas de agua son apuradas y desechadas. Muchas acaban tiradas en la calle si el consumidor es poco escrupuloso, otras correctamente colocadas en el contenedor amarillo, si es un tipo más cívico.

Desde el momento en que perdemos de vista a la botella, la niebla del medio ambiente se cierne sobre ella. No es fácil encontrar datos fiables sobre cuantas se reciclan en circuito cerrado (por ejemplo, fabricando botellas de PET (el PET, tereftalato de polietileno, es un tipo de plástico muy usado en botellas de refrescos) nuevas a partir de botellas de PET desechadas) o abierto (cuando se mezclan varios plásticos desechados para fabricar materiales bastos, como bancos de parque o pavimentos). Una parte se incinera, generalmente con recuperación de energía eléctrica. Pero lo cierto es que una gran proporción de las botellas de plástico usadas termina en un vertedero, controlado o salvaje o, peor todavía, en un contenedor presto a emprender un viaje de miles de kilómetros hacia algún país del sudeste asiático.

¿Cómo sería la vida de la botella de plástico en un mundo circular, de reciclaje completo y sin residuos? Para empezar, la cantidad de envases que terminarían en un vertedero sería cero. Pero habría mucha más complicación.

Por ejemplo, es muy posible que la botella no se fabricase a partir de energía fósil, petróleo, como actualmente, sino a partir de alguna materia prima vegetal renovable.

También podría variar la composición del plástico y su forma, si se diseña la botella no como un objeto de usar, tirar y olvidar, sino como un elemento de la economía circular. Por ejemplo, el tamaño de la boca se puede hacer más ancho, para facilitar la limpieza y reutilización del envase. También se puede reducir la cantidad de material necesario para fabricar la botella, por ejemplo de 30 a 20 gramos, algo que ya está haciendo la industria.

No hace falta decir que la composición química de la botella sería perfectamente saludable, es decir, no llevaría ningún tóxico en su composición ni ningún material sospechoso de causar enfermedad, como el famoso bisfenol A.

Ya metidos en la producción, la fabricación de estas botellas diseñadas para ser “circulares” se haría de manera sostenible, es decir: se usarían energías renovables, los efluentes de agua utilizados en la fabricación serían cuidadosamente depurados y reutilizados, etcétera.

Llegada la hora de llenarlas de líquido y transportarlas a su destino, la botella circular lo haría de forma diferente a la actual. Es muy posible que no recorriese demasiada distancia, o no tanta como la media de las botellas actuales, que recorren de media miles de km, con el consiguiente derroche de CO2. Se usarían centros de fabricación y distribución regionales para reducir la distancia a recorrer por las botellas.

Ya puesta en el supermercado, la botella circular tendría un aspecto distinto de las actuales en algunos detalles. Es muy posible que los plástico efímeros se reduzcan a dos o tres tipos, no cientos o miles como ahora, y que lleven su identificación de manera bien visible (no como ahora, en que se necesita una lupa para averiguar de qué tipo de plástico se trata). Eso facilitará mucho su separación selectiva y permitirá reciclarlos en circuito cerrado.

Y aquí aparece un dilema importante: ¿donde colocamos la botella de plástico que acabamos de vaciar? Tenemos dos opciones, el contenedor amarillo, que ya existe, o “devolver el casco”. El contenedor callejero de envases es una solución, pero devolver el casco es mejor solución para hacer a una botella circular.

El sistema tradicional, que se usaba con envases de vidrio, desapareció hacia 1970. Ibas a la tienda con las botellas y te daban el equivalente de medio euro por cada envase que entregabas. Actualmente se pueden usar otros métodos, como máquinas compactadoras que se tragan las botellas y te entregan el dinero a cambio, o incluso billetes para el transporte público.

También será posible reutilizar la botella muchas veces (estará fabricada con materiales inocuos, y será muy fácil de lavar gracias a su diseño). Pero al final las botellas desechadas, cuidadosamente clasificadas, entrarán en la fábrica y serán convertidas en nuevas botellas, que a su vez serán rellenadas, enviadas a su destino, consumidas, separadas, y re-manufacturadas en un ciclo sin fin, igual que los que existen en la naturaleza para toda clase de materiales.

Y ahora llegamos a la dura realidad, la manera en que organizamos las botellas de plástico actualmente. Los porcentajes varían mucho según las fuente, pero se sabe que el porcentaje de plásticos desechables reciclados en circuito cerrado es muy pequeño, inferior al 5%. También que gran parte de las botellas desechadas terminan en el contenedor amarillo, pero que otra parte importante se queda fuera, iniciando el largo proceso de conversión en micropartículas de plástico que terminarán en la tripa de los peces y finalmente en nuestro estómago. Un porcentaje muy grande del plástico desechado termina abandonado en inmensos vertederos, en nuestro país o en otro continente. Si midiéramos la “tasa de circularidad” de las botellas de plástico, siendo 100% el reciclaje completo que describíamos arriba, tendríamos una cifra inferior al 10%.

Ahora mismo todos (consumidores, industria, gobiernos) estamos cada vez más concienciados del problema de los plásticos desechados, que proliferan sin control por la tierra y el mar. Limpiar las playas es una acción meritoria que hay que intensificar, pero por desgracia es efímera: los plásticos regresan en muy poco tiempo. Necesitamos un enfoque diferente, más completo, para hacer redondas y circulares las botellas de plástico.

Jesús Alonso Millán

 

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