El mes de enero de 2017 no fue bueno para las energías renovables dependientes de la maquinaria atmosférica. La eólica se portó bien, con un 20,2%  (18,6% en todo el año), la hidráulica peor 8,5 % (14,6% al año), y la solar solo aportó 2,5 % (5,2% al año). Por el lado del vaso medio lleno, hay que decir que en conjunto, aun así, la energía renovable en total supuso un 32,9% de la producción, contra un 39,7% como media a lo largo de todo el año anterior. La caída fue solo de una quinta parte (datos hasta el 23 de enero).

El problema es que la electricidad que no se fabrica a base de renovables hay que fabricarla a base de quemar gas natural, que resulta mucho más caro. Y nuestro bolsillo se resiente. Hubo más factores en la subida del recibo de la luz en enero de 2017, la leve caída de las renovables fue una solo de ellas. Otras fueron la subida del petróleo, el parón de varias nucleares en Francia (lo que incrementó las ventas de electricidad al país vecino y subió la demanda), etc.

El resultado general fue que la primera quincena de enero saltaron todas las alarmas eléctricas: los precios de la subasta diaria de electricidad subieron sin cesar y el gobierno llegó a aceptar una subida de unos 100 euros al año del recibo. Y todo eso en medio de una tremenda ola de frío, nevó en las playas de Valencia. La principal medida del gobierno fue sacar más gas al mercado, para intentar bajar los precios de la producción de electricidad en centrales de ciclo combinado, que usan gas natural como combustible.

En general, la idea que se transmitió fue “las renovables no funcionan, tenemos que quemar gas”, pero eso es una distorsión de la realidad. En todo 2016 se produjo un 10,8 % de electricidad a base de gas y en lo que va de enero de 2017 la cifra es de 12,2 %, muy poco más. El ligero sobreconsumo de gas no justifica una subida de precios tan exagerada como la anunciada.

La buena noticia es que el sistema renovable aguanta muy bien incluso en circunstancia desfavorables como las de este enero. Es perfectamente posible reducir la fabricación de electricidad a base de gas y carbón hasta dejarla en algo anecdótico, a la que se recurriría muy de tarde en tarde. ¿Cómo hacerlo? La hidroelectricidad está cerca de su techo. La eólica todavía puede crecer mucho, sustituyendo aerogeneradores pequeños por grandes y usando emplazamientos marinos. La solar puede crecer muchísimo, multiplicando por diez la potencia instalada actual, tanto en versión fotovoltaica como electrotérmica. También la biomasa puede crecer, si se plantea un sistema de aprovechamiento de residuos forestales y agrícolas.

Entonces podríamos suponer un mes de enero “desfavorable” con un 35% de electricidad de origen eólico, un 10% hidráulica y un 25% solar. Sumaría el 70%. Si se da un impulso a las centrales de biomasa, podríamos alcanzar fácilmente el 80 %. El único gran cambio con respecto a la situación actual sería la multiplicación por diez de la superficie fotovoltaica instalada. Pero esto se podría hacer de manera descentralizada, acabando con la penalización del autoconsumo eléctrico.

Con un 80% de electricidad de origen renovable, el recibo de la luz bajaría mucho, como ya lo hace cuando sopla el viento, corre el agua y hace sol. Se abarataría simplemente porque no habría que poner en marcha las carísimas centrales de gas de ciclo combinado ni las térmicas de fuel o carbón. Si además somos capaces de reducir el consumo eléctrico gracias a medidas de eficiencia energética realistas y de almacenar los excedentes de energía producidos por las renovables –por ejemplo recargando las baterías de un creciente parque de coches eléctricos– el susto bimensual del recibo de la luz sería cosa del pasado.