Vamos a comparar dos imágenes: lo que solemos hacer todos, pasear aburridos por los pasillos del supermercado echando envases de colores al carro de la compra, y el profesional chef de un restaurante de postín, que indaga el origen de los alimentos que compra, conoce con nombres y apellidos a los agricultores y ganaderos que los han criado, y sabe exactamente los procedimientos que utilizan.

Hay una tercera vía entre estos dos tipos de visitantes de los mercados, y es el comprador hábil de comida capaz de obtener tres beneficios a la vez: comprar alimentos a buen precio, sanos y de baja huella ambiental. No se necesita mucho tiempo, simplemente poner en práctica unos cuantos trucos. Vamos a verlos.

 

1. Fíjate en la tienda

Puedes conseguir alimentos en toda clase de establecimientos, pero unos son mejores que otros para comprar alimentos sostenibles, es decir, de temporada, poco dañinos para el medio ambiente y de procedencia no muy lejana. Podemos acudir a los míticos mercadillos locales donde los agricultores de las cercanías van a vender sus hortalizas, pero tal vez no estén a tu alcance cuando los necesites, pues no suelen estar abiertos todos los días ni en el mismo lugar. Los grupos de consumo local, que conectan directamente a los consumidores con los productores, también son una buena idea. Una opción muy interesante y más accesible son los mercados de barrio y galerías de alimentación, que en general saben lo que venden. Preguntar a los tenderos es fundamental para obtener información sobre los mejores alimentos disponibles. Los supermercados van en la siguiente posición. Es muy posible comprar sostenible en ellos siguiendo algunas pautas, como elegir los puestos de alimentos frescos y no dejarse llevar por las ofertas de 3 x 1.

 

2. ¿Cómo de largo ha sido el viaje?

En la carnicería, pescadería y verdulería verás unos carteles al lado de los productos que indican su origen, desde “zona FAO Atlántico Noreste” (para una merluza) a simplemente “Almería”, en el caso de unos pimientos verdes. En los productos empaquetados también puedes obtener esa misma información, por ejemplo averiguar que unas avellanas proceden de Turquía… o unas lentejas de Estados Unidos. Aquí el criterio es totalmente lógico: prefiere lo cercano a lo lejano. Suele ser más barato (no siempre) y desde luego es mejor para el planeta: unos arándanos procedentes de Chile, por ejemplo, llevan consigo una mochila de CO2 realmente pesada.

 

3. El envase

Los envoltorios de alimentos van desde un sencillo papel de periódico (en desuso) a envases multicapa realmente complicados, con partes de plástico, cartón y hasta hojalata. De nuevo el criterio es la ligereza: menos envase es mejor para nuestro bolsillo y tiene un impacto ambiental menor. Es una buena idea comprar a granel donde se pueda (en casi todos los mercados tradicionales y en muchos supermercados puedes comprar las legumbres e incluso el arroz a granel).

 

4. La temporada

La gente de más edad todavía se extraña de que nos preocupe lo más mínimo comprar alimentos de temporada. Hace medio siglo, salvo las galletas y las latas de sardinas, todo era de temporada. Había melocotones a partir de julio y hasta septiembre y la coliflor se comía en invierno, no había otra. Actualmente, ya es una frase hecha, disponemos de toda clase de productos frescos durante todo el año, gracias a una combinación de cámaras frigoríficas y barcos y aviones que traen los alimentos desde la otra punta del mundo. El problema es que estos alimentos fuera de temporada son más caros y tienen una huella ecológica desproporcionada. ¿Cómo identificamos los alimentos de temporada? La respuesta corta es preguntar al profesional que nos vende la fruta y verdura. También existen interesantes apps y otros recursos que nos permitirán elegir los alimentos más frescos, recién sacados del campo.

 

5. La etiqueta

De las etiquetas ecológicas y similares se puede decir que son una buena señal, pero que no deberían guiar exclusivamente nuestra compra. Por ejemplo, unos aguacates ecológicos procedentes de Perú llevan una mochila de CO2 tan enorme asociada que anulan cualquier posible ventaja ambiental derivada de su forma de producción. Son muy interesantes las etiquetas de Denominación de Origen y en general las que indican productos asociados a prácticas agrícolas y ganaderas tradicionales y que contribuyen a conservar en buen estado los paisajes rurales, pero por desgracia los alimentos que las ostentan suelen ser muy caros.

 

6. El precio

Si está fuera del alcance de tu bolsillo, el alimento más sostenible del mundo no te sirve para nada. La buena comida debe estar al alcance de todos y las delicatessen también, aunque estas últimas solo en alguna fiesta señalada. Un precio razonable es un buen indicador de sostenibilidad, pero un precio exageradamente bajo (por ejemplo, fiambre a 2 euros el kilo) suele indicar mala calidad y elevada huella ecológica. Hay una manera de alimentarnos muy bien por poco dinero, que consiste en comprar menos carne, que es muy cara. Podemos comprar carne de mejor calidad y menor huella en poca cantidad y suplirla con combinaciones de cereales y legumbres, que son la base de la cocina tradicional.

 

7. La información

A veces el alimento está puesto tal cual y tendremos que fiarnos del tendero. Pero otras veces, cada vez más, hay información asociada a él, ya se trate de un producto fresco (por ejemplo, un pescado que indica que es de piscifactoría) o envasado (por ejemplo unos garbanzos de bote). Pues ahora no hay más remedio que armarnos con una lupa y leer las etiquetas, un trabajo que puede ser prolijo. En la práctica basta con prestar atención a una serie de indicadores: la ausencia de aditivos (muchos indicados con la letra E- seguida de tres cifras) es buena señal, el número de ingredientes (una lista de muchos ingredientes suele indicar un producto de mala calidad y alta huella), presencia de algunos indicadores como el aceite de palma o azúcar en exceso que indican un producto insano y de alta huella, etc.

 

Más información:

 

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