Fotografía: Falkenpost en Pixabay

¿Alguien se acuerda de cómo era la vida antes de los smartphones? Como este, diversos tipos de acontecimientos provocan cambios en nuestra vida cotidiana. En este artículo, nos centraremos en acontecimientos que fueron fruto de decisiones políticas cuya finalidad, en términos generales, era la mejora de la calidad del medio ambiente. Algunos ejemplos son el cambio a la gasolina sin plomo, el cobro de las bolsas de plástico, la prohibición de la venta de determinados plásticos de un solo uso o las restricciones de acceso al interior de las ciudades para determinados vehículos.

Estos son algunos ejemplos de pequeños (o no tan pequeños) cambios que a día de hoy nos parecen habituales, pero que hace unos años lo corriente era lo contrario. Un buen ejemplo fue la gasolina con plomo, la cual fue terminantemente prohibida en España en enero de 2002. La gasolina con plomo se usaba en casi todos los coches desde los años 20 hasta los 70 (o más). La incorporación del plomo a la gasolina, concretamente el tetraetilo de plomo, se hacía principalmente para conseguir mejoras en el rendimiento del motor, ya que permitía aumentar el octanaje (índice que mide la resistencia a la detonación, cuanto más alto sea, más controlada será la combustión de la gasolina en el motor y, en consecuencia, un mejor rendimiento) de la gasolina gracias a su capacidad como agente antidetonante. La otra opción era fabricar gasolina más refinada y, por tanto, motores más avanzados que usasen dicha gasolina, pero por motivos tecnológicos y económicos se decidió recurrir al plomo (mucho más barato y sencillo). A priori podía llegar a parecer una buena idea, pero el plomo es un metal pesado altamente tóxico para los seres vivos que es capaz de alterar significativamente el sistema nervioso y el corazón, entre otras patologías.

Durante los años 20 del siglo pasado, ya ocurrían efectos adversos en los laboratorios donde desarrollaban la gasolina con este letal aditivo, entre dichos efectos, la muerte de numerosos empleados. A pesar de sospechas por parte de trabajadores, científicos y la prensa, no fue hasta los años 70 que la EPA (Agencia de Protección Ambiental de EEUU) requirió la eliminación gradual del plomo en la gasolina. Lo que es realmente sorprendente de esta historia, es que los efectos nocivos para la salud derivados de la exposición al plomo se conocían ya desde la época de los romanos, cuando Marcus Vitruvius (famoso ingeniero y arquitecto romano) ya citaba en sus escritos que los conductos de plomo no eran recomendables para transportar agua potable debido a las observaciones que pudo hacer de los obreros que trabajaban en las fundiciones de este metal pesado. Por suerte, desde hace varias décadas ya no existe la gasolina con plomo pero, ¿por qué duró más de 50 años aún conociéndose más que de sobra los efectos que generaba sobre la salud? Casualmente, los únicos estudios que se realizaron durante más de 40 años en EEUU acerca del plomo y su toxicidad, fueron financiados por Ethyl Corporation (empresa de carburantes que en el momento fabricaba gasolina con plomo) y General Motors.

Otro importante cambio a favor de la sostenibilidad que se pudo comprobar a escala cotidiana, fue la ley que obligaba a cobrar por las bolsas de plástico, la cual se instauró en España en el año 2018. Previo a ella, en los supermercados podías pedir tantas bolsas como fueran necesarias sin coste alguno (aunque antes de 2018 varios supermercados ya las cobraban, con la salvedad de las bolsas de plástico ligeras para fruta, carne, etc.), ya que es un bien de elevada utilidad pero con un escaso valor económico, por lo que no importaba dejar que el cliente cogiese unas bolsas de más. Este tipo de residuos suelen ser los peores, aquellos con un bajo valor económico pero con un elevado impacto ambiental, ya que son productos accesibles para todo el mundo y que no tienen valor. Sin embargo, tardan muchos años en descomponerse y su producción es masiva, algo similar a lo que ocurre con la mayoría de los plásticos de un solo uso (pajitas, bastoncillos, cubiertos de plástico, etc.). Esta medida, fue aceptada socialmente sin mayor problema, ya que realmente el cambio no fue para nada drástico. El cobro de las bolsas de plástico ya se realizaba en varios supermercados mucho antes de 2018 (por lo que fue gradual) y su precio ronda los 5 o 10 céntimos. Dudo mucho que alguien no pueda irse de vacaciones por pagar un par de bolsas de plástico, ¿verdad? Esta medida, aunque fue un primer paso para regular la producción y utilización masiva de plásticos, a mi parecer llegó tarde y de manera insuficiente.

Otro acontecimiento político a favor del medio ambiente que generó un importante cambio en nuestra vida cotidiana, fue la implementación de la zona de bajas emisiones en las grandes ciudades y el distintivo ambiental de los vehículos. Este sí que fue un gran cambio para la gente que vivía en las grandes ciudades, ya que por primera vez se les quitaron privilegios a los vehículos con motor de combustión. Esta fue la primera batalla perdida del coche en las grandes ciudades, puesto que antiguamente en la ciudad de Madrid se le dio prioridad al transporte privado, por ejemplo, cuando se decidió quitar el tranvía para facilitar el acceso a los vehículos a motor, convirtiendo los raíles en carretera (proceso que probablemente a día de hoy hubiesen preferido revertir). Este es solo un ejemplo, también se estrecharon las aceras para hacer más grandes las carreteras, pasos elevados, autopistas urbanas, etc.

En el caso de Madrid, la zona de bajas emisiones se implantó a finales de 2018, restringiendo la entrada y aparcamiento a determinados vehículos en función de su distintivo ambiental. Poco a poco se ha ido endureciendo la normativa, hasta tal punto que en enero de este año se ha prohibido el aparcamiento de los vehículos sin distintivo en toda la zona SER (Servicio de Estacionamiento Regulado) de la ciudad de Madrid (salvo residentes), la cual abarca un área mucho mayor a la de Madrid Central. Estas medidas sí que han generado mucha controversia entre la población, ya que el parque móvil español es bastante viejo (12,4 años de media) y, por ello, esta medida afecta a una gran parte de los ciudadanos que no están conformes con tener que prescindir de su coche contaminante. Aunque estoy de acuerdo en que puede ser una gran faena para muchos (teniendo en cuenta que la mayoría de la gente que tiene un coche antiguo es porque no tiene dinero para uno nuevo), es una medida que considero necesaria y que, al parecer, funciona.

En términos generales, creo que las medidas en materia de protección del medio ambiente se toman una vez los daños ambientales (o incluso sobre la salud) son demasiado evidentes. Es decir, no ocupan u ocupaban en el pasado un puesto prioritario a la hora de actuar. Lo que es saberse, se sabía de sobra el efecto de los plásticos sobre el medio ambiente mucho antes del 2018. Lo mismo con los gases de escape generados por los vehículos con motores de combustión (aunque este aspecto ha mejorado más que los plásticos) o los efectos del plomo sobre la salud. Aunque durante muchos años el medio ambiente y la sostenibilidad han quedado en un segundo plano (siempre detrás del económico), parece que a día de hoy nos estamos dando cuenta que descuidarlo es tirar piedras contra nuestro propio tejado. A la larga sale mucho más económico cuidar nuestro planeta que esconder la cabeza y no hacernos cargo de los impactos generados. Por ejemplo, a priori puede parecer más económico acumular la basura sin control en un vertedero y no hacerse cargo de ella, ahorrando costes. La realidad es que si el sustrato no es completamente impermeable, los lixiviados terminarán contaminando las aguas subterráneas y el suelo. ¿Qué hubiese sido más caro: buscar un emplazamiento adecuado y llevar a cabo una adecuada gestión del vertedero; o contaminar el río, el acuífero (si lo hubiese) y el suelo? ¿Y si además separases los residuos y pudieses obtener de ellos un valor (reciclarlos, reutilizarlos, hacer compost o someterlos a valorización energética)?

Lucas Peces Coloma