Fotografía: National Library of the Netherlands – Koninklijke Bibliotheek (vía Europeana)

Transición del modelo tradicional al de compra masiva

El consumo textil en España en 1970 fue de 7,9 kg por persona y año, aunque hay que tener en cuenta que parte de esta cifra iba destinada al hogar y la decoración. Diez años atrás no debía ser mayor de 5 kg por persona y año (en 1900 era de 3 kg, a repartir entre 2,4 kg de algodón y 0,6 kg de lana). Pero ya en 1944 comenzó a producir fibras artificiales la fábrica de SNIACE de Torrelavega, que fabricaba viscosa (una fibra de celulosa) usando como materia prima la madera de eucalipto (Cantabria tiene una de las mayores manchas de eucalipto de España).

En 1970 el consumo de petróleo se acercaba a una tonelada por habitante y año, y una parte de este consumo comenzó a destinarse a la fabricación de fibras artificiales sintéticas, como el poliéster. El consumo de algodón creció paulatinamente desde comienzos del siglo XX, pero hacia 1950 las fibras de celulosa ocuparon parte de su nicho y hacia 1960 las fibras sintéticas derivadas del petróleo también ocuparon una parte cada vez más importante del mercado de fibras. Hasta 1980 aproximadamente, las fibras de celulosa (procedentes de la madera) fueron populares en la industria, pero perdieron el paso frente a las sintéticas derivadas del petróleo. Este giro cambió completamente el impacto ambiental de la industria de la moda.

Las prendas más populares a la venta hacia 1970 exhibían sin complejos su origen sintético, con la ayuda de una serie de marcas muy populares que definían proporciones de mezcla de algodón con fibras sintética (por ejemplo, Tervilor tenía un 33% de algodón y un 66% de poliéster). El mensaje publicitario insistía en que el nuevo tejido “plastificado” tenía propiedades de las que carecía el algodón puro: larga duración, inarrugable (¡no necesita plancha!), colores vivos inalterables, etc. La oferta de ropa crecía pausadamente, acercándose y pasando de los 10 kg por persona y año hacia 1980. Lana, lino y seda “naturales” (calificativo que procede de esta época) quedaron como tejidos caros y selectos. Pero las prendas de poliéster no eran precisamente baratas.

La ropa era muy cara comparada con su precio actual. Las familias dedicaban un 15% del gasto a la compra de ropa y calzado, con un volumen físico muy inferior al actual (tres o cuatro veces inferior), lo que indicaría un coste relativo de cada prenda diez veces superior al actual. Si bien ya existía un activo comercio internacional de ropa, en el caso español el grado de autoabastecimiento era alto (si no se considera el origen externo de las principales materias primas de la ropa, el algodón y el petróleo). La ropa se compraba cuando se necesitaba, y después de largas reflexiones. Se consideraba que debía durar mucho tiempo, y había activos canales de reutilización de prendas usadas a escala familiar, de redes de amistad y local.

Una parte considerable del consumo de ropa se hacía comprando tela por metros y transformándola después en toda clase de prendas, con la ayuda de máquinas de coser (un adminículo que existía en muchas casas) y de patrones proporcionados por revistas especializadas, aunque también era muy importante la participación de las mujeres en talleres de corte y confección. Paulatinamente, este do it yourself de la ropa desapareció y fue sustituido por la compra de géneros de punto, prendas acabadas listas para usar.

El concepto de ropa usada como residuo no existía. La ropa usada podía pasar de mano en mano, primero dentro de círculos de amistad y familia, luego en tiendas especializadas de ropavejeros. Prendas inutilizadas pasaban a canales de reciclaje de tejidos como las fábricas de jarapas, terminando el ciclo en la recogida de los traperos y reutilización en fábricas y talleres para desengrase, por ejemplo.

 

Fast fashion 
Tras muchos años de un consumo moderado de ropa en España, incluso después de la proliferación de fibras sintéticas, la nueva tendencia es el concepto de compra masiva de “ropa de usar y tirar”. Lo cierto es que el consumo de ropa se ha multiplicado muy rápidamente en los últimos años, así como su impacto ambiental. La producción textil se ha duplicado en quince años. El consumo actual textil en España está entre 25 y 30 kg al año por persona. El consumo se disparó un 20% entre 2004 y 2007, se ralentizó luego durante la crisis y volvió a crecer con fuerza después. Las ropa es importada en un 55%, principalmente de China, Turquía y Bangladés.

Las fast fashion o “moda rápida” se basa en prendas de poca calidad, mezclas de poliéster con algodón y otras fibras, vendidas a un precio muy bajo y que se venden en masa, por millones de unidades, simultáneamente en todo el mundo.

Recientemente se advierte la aparición de firmas de la modalidad UltraFast Fashion (UFF, Moda Ultrarrápida) como boohoo, ASOS o Missguided. Estas empresas son capaces de poner en la calle prendas nuevas en un plazo de dos semanas, incluyendo el diseño, la fabricación y la distribución. Recogen las tendencias en redes sociales.

Zara (Inditex) tarda cinco semanas, mientras que H&M necesita un mínimo de 24. Este sistema funciona sustituyendo toda la colección completa de las tiendas en un plazo cada vez más breve, dando a los compradores un estímulo siempre fresco. Los consumidores no pueden dejar de comprar las interesantes novedades y se acostumbran a hacerlo con cada vez más frecuencia.

Las prendas de ropa y complementos se van acumulando en los hogares hasta que terminan por ser un engorro y son enviadas a la basura. La ropa de segunda mano ha sido tradicionalmente un mercado secundario bien organizado, pero nadie sabe qué hacer con esta avalancha de residuos textiles. Ya no se habla de ropa usada, sino de decenas de millones de toneladas de ropa de mala calidad desechada, con mucho poliéster incorporado, lo que hace difícil su reutilización y reciclaje. La tradicional canalización de la ropa usada hacia mercados secundarios en África ya no funciona, pues estos países no quieren basura textil y prefieren comprar la ropa nueva en China.

 

Moda sostenible, slow fashion: ¿qué enseñanzas podemos sacar de la evolución del modelo?

La solución esgrimida generalmente es pasar de la FF (Fast Fashion) a la SF (Slow Fashion), prendas de buena calidad hechas con materiales nobles, bien elaborados en fábricas donde se paguen buenos sueldos y se respeten las normas de la ética.

Las iniciativas de sostenibilidad de las grandes marcas suelen consistir en lanzar algunas colecciones (una pequeña parte de las ventas) “eco”, a base de algodón orgánico y “fibras respetuosas con el medio ambiente”. Otras permiten entregar en sus tiendas piezas de ropa usada.

La estrategia de algunas pequeñas marcas consiste a veces en utilizar materiales recuperados y reciclados para fabricar sus productos (como plásticos recogidos en playas). A veces a través de iniciativas muy alambicadas, pueden poner en manos de los consumidores prendas de ropa y complementos supuestamente ecológicos, a un precio muy elevado.

La solución “segunda mano” está progresando de manera lenta pero segura. Se trata de prendas de calidad a muy buen precio, que aprovechan el enorme stock de ropa usada para dar salida a una buena cantidad de material recuperado.

En conclusión, ¿cómo podríamos aumentar la circularidad de la industria de la moda, desde nuestro punto de vista de consumidores, teniendo en cuenta la experiencia de estas décadas? Cada vez más personas descubren que, junto a la fast fashion, hay un conjunto de técnicas tradicionales que se adaptan bien a la sociedad de 2020. Por ejemplo, la posibilidad de ampliar los circuitos familiares y de amistad para reutilizar ropa mediante apps como Vinted o Wallapop. O de replicar la experiencia de hacerse su propia ropa pero con la ayuda de impresoras 3D u otras técnicas del Internet de la Cosas.

 

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