Después de la pandemia, Filomena, la guerra, la gran ola de calor, la sequía, la inflación y la amenaza de desabastecimiento de energía, llega el invierno de 2022/2023. Todos los políticos europeos están de acuerdo en que no va a ser un invierno como todos los demás. El presidente francés se ha puesto muy serio y ha hablado del fin de la “era de la abundancia”. El canciller alemán alerta a sus conciudadanos sobre un duro invierno con el abastecimiento de gas reducido a un mínimo. Y así sucesivamente. ¿Qué podemos hacer, las personas de a pie, aparte de mosquearnos seriamente e increpar al gobierno? Pues más cosas de las que pensamos. Y no estamos hablando de bajar un grado el termostato, que también, sino de medidas de más calado que nos pueden ayudar a llevar una vida más sostenible y también pueden contribuir a reducir el riesgo de una megacrisis mundial.

Así que vamos a ver algunos elementos de nuestro arsenal de respuesta (se siente hablar en términos bélicos, pero así está el patio).

 

Redimensiona

Coches de 1.700 kilos para llevar a una sola persona a su trabajo. Termos eléctricos de 100 litros encendidos 24 horas, para satisfacer las necesidades de agua caliente de dos personas. Acondicionadores de aire de miles de frigorías en viviendas que se apañarían perfectamente bien con un ventilador. Secadoras de ropa en regiones muy soleadas. Existen muchos consumos cotidianos muy proclives al sobredimensionamiento, todos ellos costosos de mantener y alimentar de energía, agua y materiales. El concepto también se puede aplicar a la comida, porque entre un tercio y una cuarta parte de la cual se tira a la basura, lo que indica un muy mal dimensionamiento de la compra de alimentos. O a los envases desechables. Redimensionar (usar vehículos más pequeños, aparatos más ajustados a las necesidades reales, comprar la comida que realmente necesitamos y vamos a consumir) nos permitirá ahorrar mucho dinero y reducir de manera permanente nuestra huella ecológica, sin perder ni un ápice de calidad de vida.

NOTA: por el extremo opuesto, muchas familias tienen sistemas de transporte, climatización o alimentación claramente infradimensionados.

 

Olvida el cambio climático, piensa a lo grande: ¡de lo que se trata es de vivir mejor, y de paso salvar el planeta!

¿Qué necesitamos, aquí y ahora? Necesitamos agua potable para todos, aire limpio en nuestras ciudades, alimentos sanos en nuestro plato. Es decir, cuidar y conservar nuestros ríos y acuíferos, lo que puede implicar eliminar las macrogranjas y reducir nuestro consumo de carne. Usar vehículos eléctricos compartidos, en vez de las miríadas de vehículos alimentados con combustible petrolífero que llenan nuestras ciudades de ruido y contaminación. Avanzar hacia la agricultura ecológica, una alimentación sostenible y reducir el transporte de alimentos a larga distancia a los casos en que sea imprescindible. Lo más curioso es que todas estas acciones mejoran nuestra vida y además reducen la emisión de CO2. La caricatura que circula por ahí es que la “lucha contra el cambio climático” nos condenará a un mundo de privaciones en el que nos alimentaremos de insectos. Pues es justamente al revés: la lucha por un mundo más sano y menos contaminado puede llevarnos a una era de abundancia (con permiso del presidente Macron). ¡No asumas sacrificios, disfruta de la vida sostenible!

 

Deja de hacer pequeños gestos por la sostenibilidad,y toma grandes decisiones

En realidad conviene seguir haciendo los pequeños gestos por la sostenibilidad, y cuantos más mejor. En conjunto, forman una especie de cortesía ambiental que facilita la vida de todo el mundo: no tirar los residuos fuera del contenedor es un ejemplo, otro es bajar el termostato de la calefacción uno o dos grados. Pero también es posible tomar decisiones de cambios de estilo de vida de más calado. Por ejemplo, cocinar. Marcar un espacio de tiempo para procesar alimentos frescos (antes hay que comprarlos en el mercado, otra tarea más). Otro ejemplo: caminar. Disfrutar de los trayectos de menos de dos o tres kilómetros haciéndolos a pinrel. Estas dos cosas sencillas implican una mejora notable de la salud y del medio ambiente, pero llevan su tiempo. Luego hablamos del mito del acelerado ritmo de la vida moderna.

 

Aumenta tu autosuficiencia y mejora tu resiliencia

La autosuficiencia es un elemento importante de la vida sostenible que irá a más. El auge del autoconsumo eléctrico es una de sus manifestaciones, pero hay más: cooperativas de consumo de alimentos, o simplemente vehículos y sistemas de climatización independientes de la red mundial de distribución de combustibles fósiles (en plan modesto, imagina una bicicleta eléctrica que conectas directamente a un panel solar). Una consecuencia positiva de esta dirección del cambio es un drástico aumento de la resiliencia, la capacidad de superar las perturbaciones potencialmente destructivas. En un mundo en que el precio del gas y la electricidad está disparado, depender menos de las redes centralizadas de energía es una buena idea.

 

Piensa en lo que haría tu abuela

Un estilo de vida “ecológico” no es cosa de unos pocos “eco-pijos”. O ecopijosprogres, que suena más contundente. Una vida de baja huella, asociada a un consumo moderado de recursos, es algo que ha sido muy valorado desde hace miles de años en todas las culturas que se han desarrollado en nuestro planeta. Es lo que intentaron transmitirnos, con diverso éxito, nuestros abuelos. Lo que resulta más raro y decididamente más pijo es la cultura caricaturizada como “del chuletón y el coche SUV”.

 

Prueba un ritmo de vida más leeeento… no te creas eso del “acelerado ritmo de la vida moderna”

El frenético ritmo de la vida moderna es la gran coartada que está detrás de muchos aspectos de una vida insostenible: la comida chatarra (no tenemos tiempo para cocinar) o los atascos de tráfico (no tenemos tiempo para usar el transporte público, o simplemente caminar). Salvo casos concretos, el supuesto ritmo trepidante y estresante de nuestra vida cotidiana no es muy común, aparte de que algunas personas se sienten más importantes diciendo que lo sufren. Hay tiempo para todo, si organizamos el ecosistema doméstico con habilidad.

Una variante del estrés general es el estrés vacacional. Los llamados “viajes lentos” podrían popularizarse como respuesta a la pauta actual de movimiento turístico y recreativo de viajes rápidos de dos o tres días de ida y vuelta, a veces a miles de km de distancia. Y podrían estar asociados a otro ritmo laboral, con “meses y años sabáticos”. Hace muchos años, se planteó la llegada de una sociedad liberada del yugo del trabajo, o al menos capaz de disfrutar de grandes cantidades de tiempo libre. Posteriormente aquello se reveló como una ilusión, y actualmente la situación ha empeorado: muchos trabajadores deben estar literalmente conectados las 24 horas del día. Fenómenos como la “gran dimisión” revelan los límites de este modelo y plantean una nueva manera de producir y consumir, más flexible y más sostenible.

 

Comparte tus conocimientos, hazte un “cuñado sostenible”

¿Conviene apagar la calefacción por la noche? ¿Son más sostenibles las bolsas de plástico o las de papel? ¿Puede ser saludable una dieta vegetariana? El concepto de ciencia ciudadana de la sostenibilidad cotidiana viene en nuestra ayuda, porque todos somos expertos en los aspectos de la vida sostenible cotidiana que manejamos más de cerca. Poner en común este conocimiento es muy necesario.

 

Come mejor

El flexitarianismo es un buen ejemplo de una nueva cultura alimentaria que está creciendo con rapidez: reúne todo el saber de la cocina tradicional, el uso de productos locales y un consumo de carne limitado, con nuevos productos “exóticos” pero accesibles y fórmulas culinarias procedentes de todo el mundo. La fórmula podría ser “cocina mundial con productos locales” (habrá que seguir importando productos imposibles de producir aquí, evidentemente). Claro que lo de consumir productos de muy lejos no debería ser la norma, sino una excepción. Nos podemos dar el capricho pero con cabeza; no es necesario comer piña todas las semanas porque aquí tenemos fruta de sobra pero, si alguna cae, pues no pasa nada. Si conseguimos además disfrutar de los productos de temporada, habremos dado un paso importante en la llamada transición alimentaria hacia la sostenibilidad.

 

Hazte circular

La idea de que los residuos de un proceso sean la materia prima de otro es más vieja que la tos. Así como la idea de que todo tiene utilidad y aprovechamiento, que no hay que tirar (casi) nada. A lo largo del Antropoceno (1950-2025, aproximadamente), no obstante, esas ideas se olvidaron y empezamos a producir basura irrecuperable por miles de millones de toneladas, que han terminado por crear nuevos estratos geológicos. La nueva economía circular es la respuesta al modelo de consumo masivo de productos nuevos de duración limitada.

Participar y alentar la economía circular está a nuestro alcance: podemos reducir el desperdicio de alimentos (e incluso fabricar compost con los pocos desperdicios de alimentos que produzcamos), inclinarnos por los productos de segunda mano, por ejemplo a la hora de comprar ropa, y en general plantearnos las entradas y salidas de nuestro ecosistema doméstico: ¿producimos demasiado plástico desechado? Tal vez sea la hora de cambiar de material de envase.

 

Vigila los indicadores

Lo que no se mide no se puede modificar. Cada vez hay más recursos para controlar directamente nuestro consumo de recursos, especialmente de energía y de agua. Los contadores tradicionales analógicos, semiocultos bajo un fregadero o en un remoto cuarto de contadores, están dando paso a versiones electrónicas. Así que podemos controlar directamente nuestro gasto a través de internet y ver inmediatamente los resultados de nuestras acciones de mejora de la eficiencia. A través de infinidad de apps es posible calibrar y controlar cualquier aspecto de nuestra huella ecológica, además de medirla en conjunto de manera fácil y rápida. Sin necesidad de volvernos locos, es bueno tener un cierto control de por dónde se va nuestro dinero y en qué recursos lo invertimos.