El invierno y el verano cada vez son más parecidos, octubre se ha convertido en un mes de tirantes y abrigo y la primavera y el otoño están desapareciendo. El cambio climático es una realidad a pie de calle que afecta a todos los ámbitos de nuestra vida, entre ellos a la agricultura. Esta variación de las temperaturas tiene un impacto negativo en campos y huertos de todo el mundo y obliga a los agricultores a tomar medidas drásticas y costosas para enfrentarse a las sequías, las altas temperaturas y las heladas.

Si durante este mes de enero pasaste por una frutería o por un supermercado, te darías cuenta de que ya había montones de fresas a muy bajo precio. Esto se debe a que las altas temperaturas que trae consigo el cambio climático, adelantan los cultivos de temporada y saturan el mercado, pues no solo maduran antes sino que además hay más cantidad. La oferta aumenta sin que aumente la demanda y el mercado se satura. Los cambios en el ciclo reproductivo de las plantas afectan al suelo, a las especies animales y al medio ambiente en general. Y con ello a la economía y a la sociedad. Pero las fresas no son el único alimento amenazado por el cambio climático. Parece ser que tendemos a situarnos en un punto en el que el cambio climático determina cuánto alimento se puede producir, dónde y de qué forma.

La agricultura

 

El cambio climático (variación global del clima) afecta negativamente a la agricultura y la agricultura contribuye al cambio climático: una relación bidireccional a la que deberíamos temer.

El cambio climático afecta negativamente a la agricultura

El cambio climático, en particular el aumento de las temperaturas en el planeta, afecta a la agricultura de diversas formas y por lo tanto a la seguridad alimentaria de las personas. La tierra se está calentando y los fenómenos climáticos extremos cada vez son mayores. El clima cambiante del planeta afecta a la agricultura de una forma muy violenta: un campo de cultivo se puede ver sometido en poco tiempo a una sequía y a una inundación, cuando lo que en realidad necesita la agricultura es un clima estable o al menos predecible, sin cambios bruscos, para producir adecuadamente. Estos efectos, consecuencia del cambio climático, influyen en la producción de alimentos y provocan el fracaso del cultivo, la pérdida de los bosques y cambios en la reproducción y distribución de algunos animales como aves o peces.

Los cultivos necesitan tierra, agua, luz solar y calor adecuados para crecer. El calentamiento global altera el desarrollo y el ciclo reproductivo de las plantas, adelantando las épocas de floración y cosecha y disminuyendo el rendimiento de los cultivos. Además, las variaciones de las temperaturas y de las estaciones de crecimiento promueven la proliferación y propagación de plagas y malezas. Y como consecuencia de la modificación de los regímenes de lluvias, se pierden cosechas y disminuye la producción a largo plazo de los principales cultivos.
Como otra consecuencia del cambio climático, sería menos previsible el clima, lo que complicaría la planificación de las actividades agrícolas y modificaría muchas zonas de cultivo, obligando a los agricultores a adaptarse, y poniendo en peligro la vegetación y la fauna. Aumentaría el nivel del mar, lo que sería una amenaza para la valiosa agricultura de las costas, en particular en las islas pequeñas de tierras bajas.

La agricultura contribuye al cambio climático

La agricultura no solo es víctima del calentamiento de la Tierra, sino que también es un factor que contribuye a ello, principalmente por la producción y liberación de gases de efecto invernadero y por la alteración de la superficie del planeta. Muchos de los problemas ecológicos más importantes se asocian directamente a las prácticas vigentes de producción agrícola (además de ganadera y pesquera, explicadas más adelante) como la reducción en la diversidad genética, la erosión del suelo, la salinización del suelo por irrigación, la desertificación, el uso excesivo de fertilizantes o la deforestación y la pérdida de hábitats.

Y no olvidemos que los alimentos que comemos normalmente llegan a nuestra mesa tras ser producidos, almacenados, elaborados, envasados, transportados, preparados y servidos, siete fases que liberan gases de efecto invernadero a la atmósfera. El transporte y los procesos de elaboración posteriores a la producción agraria también contribuyen al cambio climático. La producción agraria está en constantemente crecimiento debido a su desarrollo, al aumento de la demanda de alimentos y a los cambios en las pautas de consumo, por lo que hay que mejorar su eficiencia y cambiar las directrices para frenar el cambio climático.

La ganadería, la pesca y la acuicultura

 

Ganadería

La industria ganadera es insostenible y participa en gran medida en el deterioro ambiental: son factores contribuyentes al cambio climático. Ya no solo la producción de carne influye negativamente en el planeta, sino también el tratamiento, empaquetado y distribución que se le da a la carne utilizada como alimento. La industria cárnica es uno de los mayores contaminantes del mundo. El consumo de carne agrava la mayoría de los problemas ambientales, como la deforestación, la erosión, la escasez de agua potable, la contaminación atmosférica y del agua, el cambio climático y la pérdida de biodiversidad.

Hace ya unos años que la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) publicó un informe en el que anunciaba los efectos negativos del sistema pecuario en planeta y que proporcionaba datos como que comer carne contaminaba más que usar el coche. A escala mundial, el sector ganadero genera el 18% de gases de efecto invernadero, mientras que el transporte (mucho más asentado en la imaginación colectiva como causante de contaminación y cambio climático) produce el 13% de estas emisiones. Y a esto habría que añadir que una parte importante de todo el transporte pesado está relacionado con la ganadería. Además, nuestro consumo de carne es responsable directo de dos tercios del amoniaco antropogénico, que contribuye a la lluvia ácida y a la acidificación de los ecosistemas.

La utilización del territorio para la ganadería intensiva es también una causa importante de deterioro antropogénico del mismo. El 26% de la superficie terrestre no cubierta por el hielo se dedica al pastoreo. De la superficie cultivada, un 70% se dedica a la alimentación de ganado. La producción de carne es el mayor causante de la deforestación, directamente o a través del cultivo de soja y maíz para la alimentación del ganado. El 20% de todo el territorio dedicado al pastoreo se ha deteriorado, especialmente en las zonas secas, donde tres cuartas partes del terreno sufre desertificación, erosión o compactación (sobre todo la de subsuelo).

La ganadería utiliza el 8% del agua mundial disponible. Se estima que para producir 1 kg de carne de vacuno intensivo son necesarios 20.000 litros de agua. Uno podría ducharse durante todo un año con el agua necesaria para producir un kilogramo de ternera. La actividad ganadera figura entre los sectores más perjudiciales para los cada día más escasos recursos hídricos, contribuyendo a la contaminación del agua y la destrucción de los arrecifes de coral. Los principales agentes contaminantes son los desechos animales, los antibióticos y las hormonas, los productos químicos utilizados para teñir las pieles, los fertilizantes y pesticidas que se usan para fumigar los cultivos forrajeros.

La ganadería libera importantes cantidades de dióxido de carbono que dañan el clima. El metano es producido por el ganado durante la digestión debido a la fermentación entérica y se libera por los gases. También puede ser liberado por el estiércol y los residuos orgánicos almacenados en los vertederos. Las emisiones de óxido nitroso son un producto indirecto de los fertilizantes nitrogenados orgánicos y minerales.

A esto se le añade la deforestación y el consumo de agua generado para alimentar al ganado que se convertirá en alimento para los humanos (y que se podría utilizar para otros fines ya que cada año, la industria de la carne gasta millones de toneladas de granos que deberían estar alimentando a los millones de hambrientos). Además, para cultivar estas grandes cantidades de cereales se utilizan fertilizantes, pesticidas y compuestos tóxicos que dañan el medio ambiente. Y no olvidemos la gran distribución que hace contratar el suministro de lugares cada vez más lejanos para obtener precios más baratos, que incrementa la energía incorporada a los alimentos, es decir, que a los gastos de producción hay que sumar los del transporte.
En resumen, los productos cárnicos (y derivados) tienen mayor huella global de carbono, materias primas y agua por kilogramo que cualquier otro alimento.

Pesca y acuicultura

De nuevo nos topamos con esa dirección bilateral: el cambio climático influye en la pesca y la acuicultura y estas contribuyen al cambio climático. En las aguas marinas, los eventos meteorológicos extremos aumentan en frecuencia e intensidad. La temperatura del los océanos cada vez es mayor. Las zonas heladas se derriten y el nivel del mar aumenta. Se están produciendo cambios en la salinidad del agua y los océanos se están volviendo más ácidos. Debido a estos y otros muchos efectos, se observan cambios en la distribución de los peces y consecuencias negativas para muchos arrecifes de coral y otros organismos, que modifican el desarrollo de las especies marinas. Y todo esto, modifica la producción pesquera y pone en riesgo la salud alimentaria.

En la otra dirección, el agotamiento de la pesca muestra la amenaza de la cercanía de los límites ecológicos en la explotación de los recursos naturales. La constatación de que el volumen de los peces situados en los escalones superiores de la cadena trófica marina puede haber descendido un 90% desde que comenzó su extracción hace muestra la gravedad del problema.

El periodista Charles Clover habla en su libro The End of The Line: How Overfishing Is Changing the World And What We Eat (en español «El final de la línea: Como la sobrepesca está cambiando el mundo y lo que comemos«) sobre la tragedia de la sobrepesca global. Clover utiliza esta analogía: Imaginen lo que diría la gente si una banda de cazadores extendieran una red de un kilómetro y medio de largo entre dos inmensos todo-terrenos y la arrastraran por las llanuras de África. Este artilugio fantástico lo rebañaría todo a su paso: predadores como los leones y los guepardos, pesados herbívoros amenazados como los rinocerontes y los elefantes, rebaños de impalas y perros salvajes. Las hembras preñadas serían barridas y arrastradas, y solo las crías más pequeñas podrían salvarse escabulléndose entre la trama (Clover, 2004).

El autor continúa describiendo cómo la red iría precedida de un barra de pesadas ruedas de metal que irían aplanando y destrozando todo lo que se le pusiera delante; no quedaría ni un solo árbol de la sabana. Tras esta devastación, los cazadores revisarían los animales agonizantes capturados, descartando muchos de ellos. Y sin embargo, lo que nos parecería inaceptable para el Serengeti o el Congo, se practica diariamente en todos los océanos.

¿Y que tiene que ver esto con el cambio climático? Estamos arrasando los océanos. Uno de los tipos de pesca más dañina es la de arrastre de fondo, un modelo que produce verdaderas cicatrices en el mar (la desaparición de peces y corales, por ejemplo), que tardan años en dejar de ser visibles, y décadas –si lo consiguen– en recuperarse en términos ecológicos. La pesca y la acuicultura afectan negativamente al medio ambiente.

¿Posibles soluciones?

La producción de alimentos tiene graves consecuencias en nuestra salud y en el medio ambiente. Por ello parece necesario un cambio de modelo a través de las técnicas de agricultura, ganadería y pesca, que frene el cambio climático y no agrave aún más el problema. A partir de cambios en los distintos elementos del sistema productivo se deberá reducir las emisiones, los residuos, la deforestación y la degradación, la contaminación, el uso de pesticidas, el consumo de carne animal y sus derivados, y tomar muchas otras medidas que nos permitan cambiar el panorama actual. En definitiva, mejorar la eficiencia del sector agrario, ganadero y pesquero; fomentar el desarrollo sostenible asegurando el acceso equitativo a los recursos y a las tecnologías adecuadas a todo el mundo; y adoptar medidas regulatorias que tengan en cuenta el impacto ambiental de la agricultura, la ganadería y la pesca. Reconocer la influencia negativa de este sector en el medio ambiente y tomar medidas respecto a ello es de gran urgencia.

Las posibles soluciones empiezan en el día a día de cada uno y acaban por implantar una normativa respetuosa con las personas y con el medio ambiente. Es posible un consumo de alimentos diferente al asentado en nuestras sociedades. Podemos consultar los ingredientes de los productos que vamos a comprar, si disponen de ecoetiquetas, indagar sobre las marcas, compararlos con otros o dejar de consumir (o al menos reducir) alimentos insostenibles. Cada vez tenemos mejor acceso a los productos ecológicos, pero aún necesitamos que aumente la demanda para que los precios se estandaricen y para que podamos encontrar estos alimentos en cualquier supermercado. Está en nuestras manos.

Yasmín Tárraga

Fuentes y más información:

Medio Ambiente y Sociedad, Emilio Luque Pulgar y Cristóbal Gómez Benito (2004)

Agencia Europea de Medio Ambiente

Green Facts

FAO: La agricultura y los cambios climáticos

FAO: Impacto del cambio climático en la pesca

Cambio Climático.org

Ecologistas en Acción