En el céntrico distrito de Chamberí, en Madrid, una iniciativa municipal de pacificación del tráfico está levantando una gran polvareda. La actuación consiste en acotar un espacio de 60 x 5 metros aproximadamente en la misma calle Galileo, entre las calles de Fernando Garrido y Meléndez Valdés, en el que no pueden entrar los coches, lo que ha implicado eliminar 33 plazas de aparcamiento y un carril de circulación. El otro carril solo es accesible en teoría a los peatones y  bicicletas. La actuación es reversible (no ha implicado ninguna obra, solo la colocación de jardineras y pintura en el suelo), se llama DEspacio Galileo y está encuadrada en futuras actuaciones en todo el distrito denominadas genéricamente Chamberí Zona 30.

El caso es interesante porque su contexto es un aluvión de iniciativas que se pueden llamar genéricamente de “obstaculización del tráfico” y que cada vez se generalizan más en las grandes ciudades del mundo. Pueden ser muy diversas medidas: peaje urbano (pagar por entrar con el coche en una zona acotada de la ciudad), áreas de prioridad residencial (acceso en coche sólo para residentes), peatonalización, semipeatonalización o reducción de carriles acompañada de ampliación de aceras, reducción de la velocidad a 30 km/h, supermanzanas (se están experimentando en Barcelona, recintos urbanos en cuyo interior el tráfico de coches se reduce drásticamente), trazado de carriles bici, temporización de los semáforos en favor del peatón y muchas más. Sin contar las medidas puntuales de prohibición del tráfico, con diversos grados de rigor, según empeoran los niveles de contaminación.

DEspacio Galileo es una actuación muy pequeña, uno de los globos sonda que lanza el Ayuntamiento, obligado por su programa electoral a poner en marcha medidas muy ambiciosas de reducción del tráfico rodado –obligadas también en parte por el incumplimiento de los niveles de inmisión de contaminantes fijados por las normas europeas. En el mismo distrito de Chamberí está previsto lanzar varias más iniciativas de este tipo en los próximos meses.

En principio, una actuación tan modesta (apenas 300 metros cuadrados retirados del espacio disponible para los automóviles) debería haber sido acogida positivamente, o al menos con indiferencia, pero no ha sido así. Algunas asociaciones cívicas sí han mostrado su apoyo, pero la asociación de vecinos más veterana del distrito, “El Organillo”, con cuarenta años de actividad, se opone frontalmente, e incluso se ha informado de que protestará frente a la sede del Ayuntamiento. Los partidos de la oposición municipal también rechazan la iniciativa, lo cual es más previsible.

No hay razones claras para este rechazo, pero sería un grave error no tener en cuenta que cualquier actuación de “obstaculización del tráfico”, por bien intencionada y bien diseñada que esté, contará con el rechazo de buena parte de los vecinos. Algunos de los argumentos esgrimidos son los siguientes: no se cuenta con los vecinos, sino que se presentan hechos consumados, se limitan plazas de aparcamiento, con lo escasas que son, se desvía la contaminación a otras calles, limitar el tráfico en un punto provoca atascos o el colapso de barrio alrededor, los comerciantes y hosteleros pierden clientes, las calles sin tráfico pueden provocar un aumento de la delincuencia, etc.

Al parecer, no se trata tan solo de la oposición entre propietarios y no propietarios de coches, sino de algo más profundo, una cuestión cultural, que son las más peliagudas. Mucha gente no concibe una ciudad sin tráfico rodado (y en abundancia) a pesar de estar en contra de los problemas de ruido, tráfico, contaminación, etc., que provoca. Una y otra vez, la peatonalización de una calle ha despertado al principio oposición enconada de vecinos y comerciantes, que luego han visto sus propiedades revalorizadas y la afluencia creciente de clientes. ¿Conseguirá el Ayuntamiento de Madrid convencer a los vecinos de las bondades de la pacificación del tráfico? Todas las ciudades del mundo están ahora enfrentando problemas parecidos, el pequeño espacio de la calle Galileo es más importante de lo que parece.