Actualmente en los países desarrollados se ha puesto de moda tener mascota, sobre todo en poblaciones urbanas, lo cual conlleva ciertos impactos sobre el medio ambiente que no son baladíes.

Es interesante saber que hoy en día un perro de tamaño medio deja una huella ecológica superior a la que provoca un vehículo 4×4, y un gato deja una huella ecológica mayor que la de un vehículo de turismo (Ecoavant, 2019).

Y, ¿qué es la huella ecológica? Este término hace referencia a la superficie de tierra o de agua necesaria para producir los recursos necesarios y procesar los residuos obtenidos en la vida de un ser vivo, en este caso vamos a centrarnos en las mascotas.

Las mascotas, como lo son el perro y el gato, en la actualidad solo tienen como principal función la de ofrecer al ser humano compañía y afecto. Se estima que estos animales viven en la mitad de los hogares de las ciudades de los países occidentales, lo que supone haber eliminado la barrera del especismo, de tal forma que se forman familias en las que humanos y mascotas se conectan de forma afectiva.

Existe un término denominado mascotismo, el cual hace referencia a toda actividad relacionada con la posesión de mascotas, y al desarrollo de una economía, cada vez más vigorosa, alrededor de los servicios por y para los animales domésticos. Ejemplos de estas actividades son hospitales, hoteles, cementerios, etc., exclusivo para ellos, por no hablar de entornos únicos para perros como lo son algunas playas y parques. Todo esto implica una huella ecológica significativa, y al mismo tiempo un grave impacto para la fauna autóctona (Ecologistas en acción, 2019).

El Ministerio de Medio Ambiente de España (2005) realizó un registro en 11 comunidades autónomas. En dicho registro se estimó un total de 7.438.689 perros, 430.683 gatos y 48.456 animales diversos. No se tuvo en cuenta ni el número de aves ni de peces ya que eran cifras muy imprecisas. Para hablar de datos concretos de huella ecológica, vamos a centrarnos en la mascota más común, el perro.

En cuanto a la huella ecológica de los perros se estima que un perro de talla media necesita el equivalente de unas 0,84 hectáreas para producir los recursos que necesita. Lo que consume de media un animal de estas características son 90 gramos de carne y 156 gramos de cereales, lo cual antes de ser procesado serían 450 gramos de carne fresca y 260 de cereales. Estas cantidades se encuentran dentro de la ración total de 300 gramos diarios de piensos.

Todo ello conlleva una huella hídrica y de carbono sobre el medio ambiente.

¿Qué es la huella hídrica? La huella hídrica hace referencia a la cantidad de agua que se consume en la alimentación, el cuidado y la atención de la mascota. En un estudio realizado en EEUU con 8 perros malteses, se estimó que la huella hídrica de estos animales era de más o menos 260.000 litros totales de agua al año. Esta huella hídrica está dividida en el uso indirecto y directo del agua. La indirecta está relacionada con la producción industrial de los alimentos y con el alimento casero para mascotas. La directa indica que las actividades de lavado de mascotas constituyen el principal componente directo de la huella hídrica, ocasionado por el uso incontrolado de agua por parte del propietario.

Con respecto a la huella de carbono, también las mascotas intervienen en el cambio climático. El profesor Gregory Okin, de la Universidad de California, estimó unas 64 millones de toneladas de CO2 al año debido a la alimentación de las mascotas, de tal forma que si los perros y gatos formaran una nación independiente se encontraría en la quinta posición de los países más contaminantes de todo el planeta, solo por debajo de países como Rusia, Brasil, Estados Unidos y China (Ecoavant, 2019).

Con todos estos datos se puede afirmar que los animales de compañía consumen mucho más que millones de personas de países en vías de desarrollo en el planeta.

Es también importante mencionar la contaminación biológica por heces y orines, esto es un gran problema que se vincula a las mascotas domésticas, ya que los animales hacen sus necesidades en las calles y los parques de las ciudades. Se ha convertido en una cuestión problemática ya que la mayoría de las veces los excrementos se quedan sin ser limpiados por los propietarios de los animales, lo cual conlleva consecuencias negativas, provocando problemas ambientales y sociales para la población. Un ejemplo de contaminación sería la contaminación acuática, ya que la materia fecal en ocasiones puede llegar a las aguas de embalses, estanques, charcas, etc., provocando problemas ambientales.

Se estima que cada perro produce 31,2 kg de heces al año. Ante la problemática los gobiernos han puesto en funcionamiento una serie de medidas sancionadoras para controlar y reducir esta cuestión. La principal medida implantada es la utilización de bolsas de plástico para recoger las heces, lo cual supone la utilización de millones de bolsas de plástico diarias, estas tardarán unos 150 años en descomponerse, por lo que las mascotas, a su vez contribuyen con la contaminación por plásticos al planeta (Ecoavant, 2018).

Las mascotas abandonadas también producen problemas ambientales, de tal forma que por ejemplo con los gatos abandonados incrementan el número de depredaciones, lo cual es perjudicial para la biodiversidad de la ciudad. De igual forma ocurre con los perros abandonados, ya que estos animales se agrupan en jaurías jerarquizadas, ya que esto les proporciona mayor capacidad para cazar, lo que supone una amenaza grave para la fauna autóctona salvaje.

También es importante destacar el impacto de las mascotas de especies exóticas invasoras. Según la Ley 42/2007, de 13 de diciembre, del Patrimonio Natural y de la Biodiversidad, una especie exótica invasora es aquella que se introduce en un ecosistema, y que es un agente de cambio y amenaza para la diversidad biológica nativa, ya sea por su comportamiento invasor, o por el riesgo de contaminación genética (España, 2007). Según la ONU, es la segunda causa de pérdida de biodiversidad en el mundo, y en Europa, una de cada tres especies está en peligro crítico por esta progresiva amenaza.

Ejemplos de ello son las cotorras argentinas, Myiopsitta monachus, trasladadas a España tras ser capturadas en sus países de origen, y que una vez en España se escapaban de las jaulas o eran liberadas aposta por el ruido que hacían. Un censo realizado por la organización SEO/Birdlife en el año 2015, calculó que existen unas 20.000 cotorras argentinas en las principales ciudades de España, alrededor de unas 10.800 en Madrid, , 6.248 en Barcelona, 2.467 en Málaga, y 698 en Valencia. Aunque es relevante mencionar que en el actual año 2019, desde el Área de Medio Ambiente del Ayuntamiento de Madrid aseguran que ya existen 12.000 cotorras argentinas en la capital, por lo que se reproducen de forma rápida, la población de esta especie ha incrementado un 33% en los últimos tres años.

Según el diario El Mundo, el Ayuntamiento de Madrid va a poner en marcha un plan para acabar con las cotorras argentinas en la capital de nuestro país. El delegado del Área de Medio Ambiente y Movilidad, Borja Carabante, ha mencionado que es primordial luchar contra una especie exótica invasora que ocasiona tantos problemas para la conservación de la biodiversidad. Los principales problemas ocasionados por estas aves son las caídas de nidos, los cuales pueden llegar a pesar 200 kg, problemas de contagio de enfermedades con otras aves, y un tercer problema de alimentación para el resto de especies. Las cotorras argentinas se caracterizan por volverse agresivas con las aves autóctonas como es el caso de los gorriones. En la última década la ciudad de Madrid podría haber perdido más de un millón de gorriones, por diversos motivos, entre ellos por la competencia con la cotorra argentina.

Es posible realizar una comparación entre las mascotas actuales y las del pasado desde un punto de vista dietético. Antiguamente España, país dedicado a la ganadería y el pastoreo, disponía de perros dispuestos a desempeñar labores tales como acompañar a los rebaños de ovejas o ayudar a los cazadores. En esa época estos animales se alimentaban de los restos de la comida de sus dueños, no como ahora que se alimentan de comida procesada, por lo que no solo no se desperdiciaba comida en los hogares, sino que al no fabricar piensos, no existía su correspondiente huella ecológica.

En conclusión, podemos afirmar que los animales de compañía llevan con nosotros desde hace miles de años, y van a seguir en el futuro, pues aparte de la compañía que nos otorgan y el impacto ambiental que generan en el presente, estos animales aportan  ayuda para la integración a la sociedad de ciertos grupos de personas y facilitan sus vidas.

La solución, desde un punto de vista ambiental, para reducir sus impactos no sería romper la relación entre humanos y mascotas, lo cual resultaría imposible. La solución radicaría en lograr entender que los animales de compañía son seres vivos y no objetos, y que se deben tomar medidas acordes a ello para reducir su impacto, como por ejemplo, reciclar las bolsas de los alimentos y las envolturas de los juguetes, recoger los residuos fecales con bolsas biodegradables, hacer compost con los desechos, limitar la población de mascotas esterilizando, utilizar restos de comida para alimentar a las mascotas, y tomar medidas anti escape en el caso de poseer mascotas exóticas.

Fotografía: Matheus Queiroz on Unsplash.

Laura Velasco Puig