Todos conocemos los grandes beneficios del uso de la bicicleta: es ecológico, barato, beneficioso para la salud, más rápido en distancias medias, etc. pero ¿estamos preparados para usarlo como medio de transporte diario? Tras profundizar sobre el uso de la bicicleta en nuestro país en el informe “¿Es España un país ciclista?” he llegado a varias conclusiones sobre este sistema de transporte que está evolucionando favorablemente en muchas de las ciudades españolas en los últimos años.

El éxito de ciudades como Sevilla o Barcelona se debe a una gran adaptación de la ciudad donde se concibe el uso de la bicicleta como medio de transporte urbano y no como un elemento recreativo o deportivo. El esfuerzo de estos núcleos se centra en conformar una red que interconecta las zonas residenciales con universidades, zonas de oficinas, intercambiadores de transporte, etc., acondicionando vías ciclistas, aparcabicis y con un sistema de préstamo de bicicletas público que funciona a la perfección.

Pero esto es algo que no se cumple en la mayor parte de los casos, ya que las ciudades no cuentan con apenas infraestructuras para transportarse en bici y la mayor parte de los usuarios escogen otro medio de transporte debido a la inseguridad o miedo que les ocasiona. Por ello, es necesario dar un tirón de orejas a los ayuntamientos, de tal manera que inviertan en un modelo de movilidad sostenible donde el transporte público desempeñe un papel más importante.

A la hora de tomar medidas, es necesario contar con un conocimiento previo de la forma de vida de la población, la estructura territorial, la topografía y la climatología.

Existen básicamente cuatro tipos de vías ciclistas en ciudades: pista-bici, una vía totalmente independiente de aceras y carreteras, acera-bici, que se encuentra señalizada sobre la acera, carril-bici, adosado a la calzada y que puede estar o no protegido y ciclocalle, donde coexisten coches y bicicletas, con preferencia de las últimas en vía urbana. La solución ideal sería establecer vías segregadas como la pista-bici, pero en ciudades resulta difícil diseñar vías separadas por donde no discurran peatones ni vehículos a motor. Una alternativa es la acera-bici, donde las bicicletas circulan seguras pero reducen el espacio de los peatones.

Por tanto, la opción más viable en ciudades grandes son los carriles-bici o ciclocalles, que siendo más inseguras para los usuarios de este medio de transporte pueden ser muy efectivas si se toman una serie de precauciones como proteger las vías, reducir la velocidad y afluencia del tráfico así como prestar mayor atención a las intersecciones. Sea cual sea la opción a tomar en la planificación de movilidad lo fundamental es que exista una continuidad en la red ciclista de tal manera que sea posible desplazarse de un lado a otro de la ciudad sin necesidad de bajarse de la bici o circular de manera insegura.

Por otro lado, es necesario fomentar la cultura de la bicicleta, incidiendo en sus grandes ventajas y facilitando su uso diario. Los sistemas de préstamos de bicicletas que se están implementando en muchas ciudades de España son una buena forma de hacerlo.

Pero es necesario que esté diseñado con inteligencia de tal manera que para los vecinos de la ciudad suponga un beneficio: económico, aparcabicis cerca del hogar y la zona de trabajo/estudio, conducir con seguridad, bicicletas eléctricas en ciudades con orografía irregular, etc. Con estas directrices se conseguirá una evolución favorable del uso de las bicicletas públicas en los municipios que durante los últimos años está moderadamente en declive pero que estoy segura que remontará, porque cada vez son más las personas que dejan aparcado el coche y se animan a pedalear en sus desplazamientos cotidianos. Ojalá veamos dentro de unos años el modelo sostenible de muchas ciudades de Europa donde la bicicleta es la reina de la ciudad en Madrid, Zaragoza, Valencia, etc.

Texto y fotografía: 
Leticia Millán Fernández