El Mustang Mach-E, 100% eléctrico, pesa 2.273 kg, aproximadamente el doble que un utilitario actual como el Nissan Micra y cuatro veces más que un Seat 600 o un Citröen 2CV de hace medio siglo.

Acaba de salir a la calle el nuevo coche eléctrico de cualquier marca. Su frontal agresivo precede un robusto cuerpo de 1,5 toneladas de peso, provisto de una batería de 70 kWh que le da una autonomía de 400 km (supuestos). Precio de venta, 56.000 euros. Por menos de la mitad de precio, la firma también ofrece vehículos de gasoil o gasolina con hibridación suave, que tienen derecho (por ahora al menos) a la etiqueta eco.

En el extremo opuesto, tenemos simpáticos carricoches de uso estrictamente urbano y una o dos plazas de capacidad. Además, bicicletas, triciclos, patinetes, «urban wheels», hasta llegar al mínimo vehículo posible, una plataforma del tamaño de un ordenador portátil con cuatro ruedas diminutas.

Entre las dos opciones de transporte, el coche tocho y la enorme variedad de vehículos ligeros urbanos, hay un ancho vacío que los fabricantes no saben como llenar. Lo cual es lógico, llevan medio siglo vendiendo coches cada vez más grandes y por ende cada vez más caros, y no piensan parar, es su negocio.

El problema es que el coche grande y pesado, de frontal agresivo, aunque sea 100% eléctrico, está tan desfasado ahora mismo como un dinosaurio del jurásico. Lo mismo que estos simpáticos animales, pertenece a otra era geológica, el cocheceno. Durante los eones que duró el cocheceno, el 80% del espacio urbano se reservó en exclusiva a los coches. Se llegaron a construir pasos elevados y/o subterráneos para que su movimiento no se detuviera nunca. Los peatones fueron arrinconados en aceras estrechas cortadas por semáforos con tiempos de paso estrictamente medidos.

Todo eso es ya el pasado. Los habitantes de la ciudad están reclamando el espacio perdido, con iniciativas que van desde prohibir el tráfico en los alrededores de los colegios durante las horas de clase, a extensas peatonalizaciones, pasando por supermanzanas, reducción la velocidad a 25 km/h, zonas de tráfico restringido, peajes urbanos, y otras muchas. ¿Qué pintan los coches de frontal agresivo (aunque sean 100% eléctricos) en este nuevo ambiente? Absolutamente nada, el nuevo paisaje urbano es apropiado para vehículos situados en el rango que va desde los peatones a los ultraligeros eléctricos, pero no para grandes vehículos que ocupan e inutilizan demasiado espacio: aproximadamente 15 metros cuadrados cada vez que aparcan.

¿Puede existir una tercera vía entre los coches tochos y los ultraligeros urbanos? Probablemente la respuesta esté en el pasado reciente, las décadas de 1950-1960, la edad de oro del utilitario. Se trata de coches de 500-600 kilos de peso, compactos pero capaces de llevar a sus pasajeros con comodidad en viajes más largos que los trayectos urbanos. Algunas marcas están echando el ojo a míticos utilitarios como el Fiat 500 o el Renault 4L y planeando versiones eléctricas que resultan, al primer vistazo, demasiado pesadas y grandes.

Tecnologías como el coche autónomo y sobre todo limitaciones de velocidad realistas hacen innecesaria toda la tecnología de seguridad que ha terminado por convertir los coches en vehículos acorazados y peligrosos. En Madrid, se ha informado recientemente, un cuarto de las víctimas graves de atropello son mujeres de 65 años. Es una tendencia general: los coches son cada vez más seguros para sus ocupantes y más peligrosos para los peatones y ciclistas. Necesitamos coches capaces de habitar con eficiencia y seguridad el nuevo paisaje de la movilidad, dentro y fuera de la ciudad, no dinosaurios acorazados de frontal agresivo o aparatoso, aunque sean completamente eléctricos y por lo tanto más silenciosos (lo cual, paradójicamente, hará que nos lleve un tiempo acostumbrarnos a ellos para evitar atropellos).

Fotografía: Bram Van Oost en Unsplash