“La Economía en general es la administración recta y prudente de los bienes. La Economía Doméstica, cuyo ejercicio corresponde tradicionalmente a la mujer, se limita a la administración de los bienes que se usan y consumen en la casa u hogar”. Así se introducía la asignatura de Economía Doméstica en un libro de texto oficial de 1963 (1) . Se trata de un tocho de casi 400 páginas que trata todos los aspectos del ecosistema doméstico, desde los combustibles de calefacción al lavado de ropa, amén de muchas lecciones sobre temas más chocantes hoy en día, como “Nuestra posición en la vida y la sociedad” o “Lo más conveniente para la felicidad de una mujer”.

En 1963 las mujeres españolas llevaban solo dos años disfrutando de la equiparación parcial de sus derechos civiles con los de los varones. Esto tenía importancia en la gestión del ecosistema doméstico. La ley de 1961 que liberaba (parcialmente) a la mujer, establecía en su preámbulo que “el matrimonio exige una potestad de dirección que la naturaleza, la religión y la historia atribuyen al marido”. Pero también establecía la libertad de la esposa (y de las mujeres en general) para contratar, comprar y hacer gestiones de cualquier tipo y volumen. Antes de 1961, la mujer estaba legalmente capacitada para hacer las pequeñas compras cotidianas, pero para adquirir un frigorífico o contratar una reforma necesitaba la autorización del marido.

La petrolización y la inyección masiva de energía en el ecosistema doméstico a lo largo de las décadas de 1960 y 1970 cambiaron rápidamente el papel de las mujeres como “amas de casa”. El tradicional concepto cambió con rapidez. Un extenso publirreportaje de General Electric (GE) publicado en La Vanguardia describe la situación con una frase: “El constante aumento del nivel de vida española, nos va obligando al uso de aparatos que, de manejo sencillo y práctico, liberan a la mujer de gran parte de su labor esclavizadora del hogar”. A partir de tres ingredientes principales, la electrificación, la disponibilidad de aparatos domésticos y una clase media emergente con dinero para comprarlos, GE lo plantea como “esta evolución, casi una revolución”.

Pocos años después un anuncio declara sin cortarse un pelo “El gas ha liberado a la mujer, que no tiene que dedicar a la cocina horas y horas de su jornada” (se supone que el gas es un avance comparado con el lento proceso de recoger leña, prepararla y quemarla en el hogar o una caldera, o del uso del carbón). La lavadora también era una gran liberación, incluso en sus versiones pre-automáticas. Un anuncio en la temprana fecha de 1957 muestra a dos mujeres dándose un garbeo en Vespa gracias a tener lista la colada en poco tiempo mediante la lavadora BRU, que era poco más que una cuba con un agitador de agua. En general, se avanzó hacia una simplificación de las tareas domésticas obtenida a costa de una creciente complicación del ecosistema doméstico.

La industria abasteció a los hogares, un mercado seguro pero ya cercano a la saturación, con toda clase de innovaciones. De esta forma, el antiguo y sencillo gesto de barrer se vio sustituido por el de pasar el aspirador, el de fregar por el de poner el lavavajillas. Más adelante, se cambió por programar el robot de limpieza. El nuevo consumo eléctrico en aspiración de polvo se añadió a un complejo ecosistema doméstico, en el que no son raros los hogares con 40-50 aparatos que consumen electricidad.

Pasar el aspirador no parece ahorrar tiempo con respecto a técnicas de limpieza más antiguas, y lo mismo sucede con otros equipamientos domésticos. La evolución de dos actividades entre 1993 y 2013 muestra cómo el tiempo dedicado a cocinar no ha variado apenas (una hora diaria aproximadamente), mientras que el dedicado a lavar la vajilla se ha dividido por cuatro (de 12 a 3 minutos) y el destinado a «recoger la vajilla» se ha duplicado (de 7 a 15 minutos). Estos datos reflejan cómo la introducción de una nueva tecnología (el lavavajillas) no ha supuesto la reducción del tiempo empleado en una actividad doméstica. Los nuevos electrodomésticos ya no “liberan” a la mujer. Y es que el reparto de tiempos de trabajo doméstico sigue mostrando una disparidad abrumadora en contra de la mujer y a favor del varón.

En las Encuestas de Presupuestos de Tiempo realizadas por Eustat entre 1993 y 2013 destaca un indicador, el tiempo que dedican las mujeres al trabajo doméstico y al trabajo mercantil. En Euskadi, como en toda España e Italia, en 1993, las mujeres dedicaban cuatro veces más tiempo al trabajo en el hogar que los hombres, y la mitad de tiempo que estos al trabajo remunerado. Dos décadas después, en 2013, el indicador mejoró: las mujeres ya solo trabajaban el doble de tiempo que los hombres en las tareas domésticas, y el tiempo que dedicaban al trabajo mercantil era ya un 70% del de los hombres. Es un avance significativo hacia la paridad, pero queda mucho trecho por recorrer.

Jesús Alonso Millán

(1) Economía Doméstica. Quinto curso y sexto curso. Para Bachillerato, carrera de Comercio y Magisterio. Sección Femenina de FET y de las JONS Madrid (1963).