Se ha puesto en marcha una nueva línea de ferrocarril, de Burdeos a Lyon, algo más de 600 kilómetros. No se trata de ninguna costosa inversión del estado ni de ningún alarde de ingeniería. La iniciativa es de un grupo de particulares, que ha formado la cooperativa ferroviaria RailCoop. La línea Burdeos-Lyon fue cancelada por la SNCF hace unos años, pero la vía y su infraestructura sigue ahí. Solo había que utilizarla, o mejor dicho rescatarla. Como era de esperar, varios ayuntamientos que perdieron su conexión por tren se han unido a la iniciativa. En Francia, cientos de estaciones (644 entre 2011 y 2019) y muchas conexiones ferroviarias han desaparecido.

En España, hay más de 3.200 kilómetros de «infraestructuras ferroviarias en desuso», vías abandonadas que ahora se usan para hacer cicloturismo. Como en Francia, cientos de estaciones han cerrado, en un largo proceso que arrancó de un informe del Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo en la década de 1960 que recomendó cerrar muchas líneas de ferrocarril “poco rentables”.

2021 es el año europeo del ferrocarril. La Unión Europea reconoce oficialmente que el ferrocarril es un elemento fundamental en la transición ecológica, o la lucha contra la emergencia climática, que viene a ser lo mismo. Basta con considerar su papel para sustituir vuelos cortos (que son muy derrochadores en términos de consumo de energía por pasajero) y para garantizar el transporte de mercancías y de viajeros, con un coste energético inferior al del transporte por carretera. Y para conectar los territorios de lo que se llama actualmente la España vaciada.

Las vías están ahí, algunas todavía con los raíles y las traviesas. Ponerlas de nuevo en marcha nos ahorrará todo el enorme esfuerzo que supuso su trazado, que se hizo en muchas ocasiones literalmente a pico y pala.

¿Y qué pintan los boomers en todo esto? Esta generación está teniendo muy mala prensa últimamente. Se les ve como personas que ocupan demasiado espacio, que no pueden imaginar su vida sin el coche, el chuletón, etc, y para quienes la bicicleta eléctrica y el veganismo son entelequias sin sentido. Incluso se les acusa de cerrilismo negacionista, en materia de vacunas del covid y también del cambio climático, de manera opuesta a la bendita generación Z. Esta caricatura tiene algo de verdad, pero olvida una cosa importante: los boomers tienen un recuerdo fehaciente de muchas soluciones para la emergencia climática que –como el ferrocarril– hemos tirado por la borda. En realidad las han tocado con sus manos.

Por ejemplo, el coche utilitario. El concepto de un coche compacto y ligero, capaz de prestar un buen servicio a su usuario por un coste reducido, dio origen a los famosos utilitarios de las décadas de 1950-1970: Seat 600, Renault 4L, Citröen 2CV, etc. La industria estaba contenta al principio con estos modelos, viendo como avanzaba la motorización y las ventas subían año tras año. Pero hacia 1990 la motorización se completó, y comenzó la gran huida hacia adelante de la industria automovilística: coches mucho más grandes y pesados, con llantas de aleación ligera (?) y toda clase de gadgets. La solución actual, que los boomers conocen bien porque han viajado dentro de un utilitario muchas veces (generalmente con mucha gente a bordo), consiste en fabricar utilitarios eléctricos. La seguridad de los ocupantes de un coche de 600 kilos es fácil utilizando las nuevas tecnologías de conducción autónoma, y mucho más lógica que alcanzar la seguridad vial (para los conductores, no para ciclistas o peatones) por la vía de coches-panzer de dos toneladas.

Otro buen ejemplo son los recetarios y en general la pauta alimentaria. Los boomers guardan un recuerdo del plausible óptimo alimentario de hacia 1980. Por entonces reinaba la abundancia de comida, tres décadas después del fin de las cartillas de racionamiento, pero la oferta alimentaria no estaba tan copada por los ultraprocesados como en la actualidad. Además, se cocinaba como si tal cosa, y no de manera heroica y esporádica como ahora (véase el batch cooking). Claro que no todo el mundo cocinaba: esta actividad recaía principalmente sobre las mujeres.

Hay muchos otros ejemplos de cómo los boomers pueden ayudar a la transición ecológica: recuperando la actividad de devolver el casco, realizando un consumo moderado de carne y leche, buscando alternativas al plástico, usando más el transporte público, etc. Lo bueno es que todas estas herramientas de la sostenibilidad –vías de tren, recetarios, cultura economizadora, tecnología y los mismos boomers– están ahí, disponibles, esperando a que los pongamos en marcha.

Jesús Alonso Millán

Fotografía: Giacomo Lucarini en Unsplash