Fotografía: Pexels by Emmet 

Se acabó el juego

China, que durante más de dos décadas ha sido el mayor país importador de residuos en el mundo (recibiendo en sus puertos una media de 3.700 contenedores llenos de materiales reciclables al día), ha dicho “STOP”.

En julio de 2017 China declaró a la World Trade Organization (Organización Mundial del Comercio) su intención de prohibir la importación de 24 categorías de residuos, entre ellos plástico reciclable, desechos textiles, papel “sucio” (es difícilmente reciclable) y escorias de ciertos minerales. Esta restricción, que forma parte de la campaña contra la “yang laji”, la basura extranjera, ha entrado en vigor el 1 de enero de 2018.

Las primeras críticas sobre la gestión del negocio de los residuos aparecieron en China en 2002, gracias a la difusión de un documental que enseñaba un grupo de trabajadores en la provincia de Guangdong desmantelando unos dispositivos electrónicos y tirando los residuos tóxicos en el río. Desde entonces, el gobierno chino ha empezado a tomar una serie de medidas (en 2013 la operación “Green Fence” en 2017 la “National Sword” y a partir de marzo 2018 la “Blue Sky 2018”) para llegar a un compromiso con el clamor de la población y empezar el proceso de creación de la “Beautiful China” o la “Hermosa China”.

En este contexto, la prohibición anunciada el año pasado es uno de los muchos esfuerzos del país asiático para mejorar la calidad del aire, el agua y la tierra, para en última instancia aumentar la calidad de la vida de los ciudadanos.

Que no hay vuelta atrás el gobierno chino lo ha dejado muy claro. De hecho, el 19 de abril de 2018 el Ministerio chino de la Ecología y del Medio Ambiente y ha anunciado su intención de ampliar la restricción a otros 32 tipos de residuos, como los motores eléctricos, los residuos ferrosos de electrodomésticos y los desechos en acero y otros metales.

¿Cómo se están enfrentando los países a la restricción china?

En el caos general de este momento, donde cada país está intentando encontrar una solución alternativa a la exportación de la basura hacia China, los residuos se van acumulando en los puertos, en los vertederos y en los puntos de recogida. Habiéndose llegado a un punto muerto, de donde la mayoría de los gobiernos no saben todavía muy bien cómo salir.

Además esta situación está obligando a muchos países a reflexionar sobre su propios sistemas de reciclaje “fuera-de-la-vista-fuera-de-la-mente”. Siendo necesario encontrar una alternativa más sostenible al círculo vicioso basado en “producir basura y enviarla al extranjero”. Con su prohibición, China nos está obligando a repensar en el modelo de reciclaje y, necesariamente, encontrar soluciones más sostenibles a largo plazo. A menos que no queramos transformar hasta nuestros pisos en vertederos, hay que modificar este sistema ya.

Muchos países están trabajando en ello, aunque lo hagan con objetivos y formas muy diferentes

En marzo los EEUU han pedido a China que acabe con la restricción, ya que está “causando una interrupción fundamental en las cadenas de suministro mundiales de materiales de desecho, alejándose de la reutilización productiva de los mismos”, dijo un representante de EEUU según Reuters. Claramente, la decisión de China ha causado un impacto enorme en el sistema de reciclaje estadounidense, ya que la gran potencia norteamericana estaba acostumbrada a enviar a los puertos de la tigresa asiática una media de 4.000 contenedores de residuos reciclables al día.

En respuesta a la prohibición china, la Unión Europea (UE) ha empezado una “guerra al plástico”, anunciando en enero el desarrollo de la estrategia “Plastics Strategy”. El objetivo de la UE es llegar en 2030 a reciclar un 55% del plástico, obligando a las empresas europeas a comprometerse en la mejoría del envasado y embalaje de los productos. Pilar de esta estrategia es la prohibición de 10 tipos de plásticos de uso solo (pajitas, platos, bastoncillos de algodón, etc.), anunciada por la Comisión Europea en mayo.

Otra propuesta para reducir el consumo de plástico fue presentada en enero por el comisario de presupuestos Günther Oettingen, y consiste en poner un impuesto sobre la producción de todos los productos de plástico en la UE.

Uno de los países europeos que está sufriendo más por la decisión de China es Irlanda, que es el mayor productor per cápita de residuos de plástico en la UE, con una media de 61 kg por persona al año. Antes de la prohibición, el 95% de los desechos de plástico producidos por el país estaban gestionados por China.

También Australia, que durante los años 2016–2017 ha enviado a China más de 1,2 millones de toneladas de residuos, está en una crisis de las más negras. Para librarse de las enormes cantidades de materiales reciclables que se están acumulando en las ciudades australianas, muchas empresas están recurriendo, por razones de rentabilidad económica, al vertedero. Otras están acumulando los desechos cerca de sus establecimientos. Pero, después de que algunos atados de residuos se incendiaran en julio en la ciudad de Melbourne, obligando 100 personas a evacuar sus casas, la EPA (Environment Protection Agency) se ha comprometido a encontrar soluciones alternativas.

Otro remedio que muchas empresas (y no solo en Australia) están adoptando es el envío de los residuos a otros países asiáticos, principalmente a Malasia, Vietnam, Tailandia, Indonesia y Corea.

Esta situación puede ser la ocasión perfecta para que muchos países reflexionen sobre su propio sistema de reciclaje y se esfuercen en cambiar el modelo hacia uno más sostenible a largo plazo. O también puede animar a los ciudadanos, a la sociedad, a reflexionar sobre si toda la basura que producimos es de verdad necesaria. Dando los primeros pasos de un camino hacia un estilo de vida “Cero Residuos” se puede contribuir mucho a salir de esta “crisis de la basura”.

Benedetta Eleodori