Somos más en el planeta, más urbanos (que no necesariamente urbanitas), con más necesidades creadas, y más cerca de sufrir catástrofes derivadas del cambio climático. Y lo peor de todo es que nos da igual. Aunque no a todos. ¿Qué podemos hacer para que esto no nos explote en la cara?

Empezando por el principio, deberíamos frenar nuestro consumismo neurótico: ropa, electricidad, agua, plásticos, móviles y tabletas. Este tendría que ser el paso más simple. Lo complicado debería ser cambiar la ciudad, transformar nuestros barrios y adaptarlos a lo que pueda venir. Algunos urbanistas, ambientólogos y representantes políticos se han reunido esta semana en el Foro de las Ciudades de Madrid, en Ifema. Han debatido sobre qué futuro nos espera y cómo deberíamos enfrentarnos al presente. Entre distintos argumentos, hay dos que se repiten llamativamente: la eficiencia energética y la importancia de la participación ciudadana. Algunos hasta han apuntado al 15M como punto de inflexión en las protestas, y lo han llegado a catalogar como un hecho urbano clave para futuras acciones en las ciudades. Lo que está claro es que los ciudadanos, de una forma o de otra, han expresado sus descontento y se ha abierto una pequeña ventana al diálogo y a la participación.

Una de las claves para mejorar nuestras ciudades es reducir distancias, crear ciudades de proximidad, donde no solo los alimentos sean locales, sino también los materiales de construcción, la energía y el agua. Transformar las infraestructuras grises en verdes, y empezar a considerar los servicios de los ecosistemas.  Paradójicamente, la transformación puede ser más sencilla (o menos compleja) en países en desarrollo, ya que se puede prevenir antes que curar. Un ejemplo es Ruanda, donde a pesar de no tener infraestructuras suficientes, todo el mundo tiene un móvil desde el que ver su consumo de energía, por ejemplo. Y conocer tu consumo puede ayudar a su minimización. Lo que está claro es que las ciudades representan un punto caliente de emisiones de gases de efecto invernadero, por lo que es necesario construir un nuevo paradigma, desde las ciudades y la ciudadanía.

Se lanzó la pregunta de si las ciudades tienen fecha de caducidad, ¿la respuesta? Sí. Desde el punto de vista del director general de “Green Building Council-España”, Bruno Bauer, el espacio público está ya caducado y los edificios lo estarán en los próximos años. Si queremos cambiar la fecha, tenemos que generar una demanda de cambio. Solo se generará cuando el ciudadano se sienta parte del problema. También es cierto que la normativa va, en ocasiones, en contra de la ecología, como en lo referente al número de plazas de aparcamiento. Por lo que no solo es la actitud de los ciudadanos lo que habría que revisar.

Otro punto importante a debatir es el concepto de ciudad resiliente. Para Luis Jiménez, la resiliencia es intrínseco a la sostenibilidad. Pero, ¿pueden las ciudades ser sostenibles? Desde su punto de vista no, ya que “importan recursos y exportan desorden”. Además dependen de otros ecosistemas. El punto de inflexión sería conseguir que éstas sean capaces de crear orden del desorden y lograr así una sostenibilidad parcial. En otras palabras, “llevar a los sistemas complejos de la vulnerabilidad a la resiliencia”. Para Esperanza Caro, no se puede actuar de forma individual. Defiende la generación de energías renovables en la propia ciudad y el uso del coche eléctrico como maná que nos salvará de los problemas de movilidad. Considera que pocas ciudades españolas, a pesar de que nuestro país en una zona vulnerable al cambio climático, han empezado a adaptarse a las necesidades que existirán dentro de 20 años.

Amparo Permichi, concejala de Medio Ambiente del Ayuntamiento de Córdoba, comentó medidas que se están llevando a cabo en su ciudad como la construcción de corredores verdes que unen la periferia o el ambicioso proyecto de eficiencia energética con el que pretenden lograr un ahorro de más del 30%, lo que traducido a euros alcanzaría los 3 millones. Ponerle cifras económicas puede que ayude a aumentar el interés. Cristina del Pozo, paisajista urbana y profesora del CEU, defiende que es necesario diseñar para las personas. Está desarrollando, junto a otros expertos, una guía práctica para el diseño y la implantación de infraestructuras verdes urbanas. Una de las claves de su discurso es convertir los parques en lugares multifuncionales y adaptativos, entendiéndolos como sitio de recreo y como solución a problemas medioambientales. Con vegetación de grandes copas, para ofrecer sombra, y bajo requerimiento hídricos; y zonas inundables. Incluso la Comisión Europea ya he creado una línea de financiación para desarrollar estructuras verdes en las ciudades.

Algunos ejemplos de ciudades que están en proceso de adaptación son Portland, con sistemas urbanos de drenaje sostenible; en Rotterdam, el 10% del presupuesto está en manos de los ciudadanos, para invertir en espacios públicos; en una pequeña localidad danesa, Roskilde, un skatepark se emplea como depósito fluvial cuando es necesario. Y como estas, muchas otras.
El Informe Meadows (o “Los Límites del Crecimiento”), presentado en la Cumbre de la Tierra de Estocolmo en 1972 -que marcó un antes y un después en la forma de percepción de los problemas medioambientales-  hablaba de esto, y ya hace mucho del “piensa globalmente, actúa localmente”. Y hemos hecho bien poco por mejorar la situación. Tenemos la tecnología y la financiación, ¿por qué no empezar ya?

María Perona

@honolulurocks