El futuro ya no es tan brillante como solía ser. Últimamente, especialmente desde hace un par de años, se multiplican las perspectivas sombrías. Así que con ánimo nada pesimista, más bien esperanzador, aquí se muestran unos breves guiones o escenarios de cuatro direcciones posibles de evolución del ecosistema doméstico, y también de nuestras posibilidades de llevar un estilo de vida sostenible.

Petrocalipsis”: penuria general

A comienzos de la década de 2020 la estructura mundial de producción y consumo acelera su hundimiento. Son múltiples cadenas de producción averiadas que dejan su huella hasta en el último rincón del planeta, rotas por el crash petrolífero. Los precios disparatados de la energía (gas, combustibles petrolíferos y electricidad) provocan la generalización de la pobreza energética. En paralelo, la comida (producida por una agricultura petróleo-dependiente) multiplica su precio y una alimentación sana y sostenible se pone fuera del alcance de muchas familias. La opción asequible es comida chatarra de calidad ínfima. El automóvil privado se queda aparcado: no hay dinero para pagar el combustible. Muchas personas se ven obligadas a largos trayectos en medios de transporte precarios para ir a su trabajo todos los días, con un transporte público colapsado y en acelerado proceso de degradación. Los baremos de calidad ambiental desaparecen, proliferan productos contaminantes y tóxicos más baratos de producir. Solo una reducida élite privilegiada puede pagar comida de calidad, vehículos eléctricos y una adecuada climatización para su hogares.

“Mundo solar”: transición ecológica acelerada

A comienzos de la década de 2020, una creciente conciencia del rumbo insostenible de la economía (precios disparados de la energía y los alimentos, entre otros problemas) levanta un clamor para llevar a cabo reformas eficaces y rápidas. Se abordan ambiciosos planes de electrificación de las viviendas, unidos a la expansión acelerada del autoconsumo eléctrico y de las renovables de tamaño discreto. La demanda de combustibles fósiles cae en picado, en gran parte por una multiplicación de la eficiencia energética, propiciada por un gran programa de rehabilitación energética que afecta a millones de viviendas. El transporte pasa por una rápida desmotorización: el parque de coches se divide por 10, dando paso a una flota de vehículos eléctricos compartidos que, junto con un transporte público renovado, asegura una movilidad barata y de calidad. La demanda de alimentos sanos y de baja huella impulsa la agricultura y ganadería ecológica. La reducción drástica del desperdicio alimentario permite reducir la huella ecológica de la producción de alimentos. Las familias ven drásticamente reducidos sus gastos en vivienda (incluyendo climatización) y en transporte, por lo que pueden dedicar más dinero a comprar alimentos y ropa de calidad.

“Re-fosilización”: crecimiento de la huella ecológica como si no hubiera un mañana

A comienzos de la década de 2020, la política de lucha contra la emergencia climática se hace crecientemente impopular entre muchas personas que creen que su calidad de vida se ve drásticamente recortada, sin contrapartidas. La correspondiente instauración de gobiernos “negacionistas” provoca la reversión de muchas medidas de transición ecológica (prohibición de coches de motor de combustión, zonas urbanas libres de tráfico, impuestos a la carne, etc.). Se produce una re-fosilización de la economía, acudiendo a fuentes de energía como el fracking. Los efectos negativos de la potenciación de los combustibles fósiles sobre la salud a corto plazo y sobre la viabilidad del planeta a medio plazo son ignorados, pero la evidencia termina por producir medidas de emergencia de descontaminación o intentos de desarrollos inviables, como las mini-centrales nucleares.

“Business as usual”: mejoras paulatinas y vacilantes sin una dirección clara

A comienzos de la década de 2020, una creciente conciencia de crisis (ecológica, global, climática, energética, financiera y sanitaria) cala hondo en la sociedad. Un sector importante (tildado de “catastrofista”, pero en realidad más bien realista), en general procedente de la generación más joven, clama por medidas de emergencia. Otro sector influyente (“negacionista”) rechaza la necesidad de tomar medidas, y menos todavía urgentes, de sostenibilidad. Los gobiernos y la mayoría de la opinión pública vacilan sobre qué postura tomar: todo el mundo quiere hacer algo para mejorar la situación, pero conservando al mismo tiempo el consumo de chuletones y el uso de SUVs. Las empresas dudan entre la acción responsable y el greenwashing puro y duro. Los indicadores de sostenibilidad mejoran muy poco a poco, con un rumbo fluctuante. La vulnerabilidad del sistema social y económico sigue creciendo, ante la ausencia de medidas eficaces, realistas y decididas para enfrentar la crisis ecológica, global, climática, energética, financiera y sanitaria, que sigue ahí, esperando su momento de irrumpir de manera desagradable e inesperada, como demostró la gran pandemia de 2020 y años sucesivos.

Y ahora…

¿Hacia qué futuro nos dirigimos? La pelota está en el tejado de gobiernos y empresas, pero también en el nuestro. ¿Es posible visualizar un futuro sostenible? Seguramente sí, pero ¿cuál sería nuestro papel como ciudadanos en la ruta hacia ese escenario? Hay muchas maneras de cooperar para alcanzar un futuro sostenible –algunas puedes verlas en esta web– pero cada caso es único. ¡Diseña tu hoja de ruta hacia la sostenibilidad y compártela con tus amigos y vecinos!

 

Fotografía: Podría ser la zona de almacenamiento de provisiones de una nave espacial, pero es la estantería de yogures de un supermercado actual.