El Ayuntamiento de Barcelona tiene en su web mapas interactivos del ruido en la ciudad que permiten diferenciar el estruendo urbano según sus diferentes causas. Si se pulsa el botón “Ruido de ocio y aglomeración de personas” aparecen unas manchas poco conspicuas con algunos puntos localizados de color rojo (que equivale a 70-75 decibelios, un ruido inadmisible según los estándares de salud pública). Clicando el botón “Ruido de tránsito viario” todo el mapa de la ciudad se cubre de líneas más o menos gruesas y densamente entrecruzadas de color rojo, morado e incluso azul oscuro (las dos últimas indican más de 75 y más de 80 decibelios, un nivel extremadamente peligroso para la salud). El mapa del ruido de Madrid es muy parecido.

El tráfico, como confirman todos los estudios, es, con mucho, la principal causa de ruido en las ciudades. Suele rondar el 80% de todo el sonido molesto. Sería lógico pensar que esta fuente sempiterna de molestias despertaría innumerables quejas ciudadanas, pero no es así. Es más bien al revés: el ruido de ocio provoca casi todas las protestas del vecindario. Otros tipos de ruido que provocan muchas quejas ciudadanas son las grandes infraestructuras de transporte (aeropuertos, ferrocarriles). No es agradable escuchar en el salón de nuestra casa, a intervalos regulares, el estruendo de un reactor de pasajeros o de un tren a toda velocidad.

El ruido del tráfico es diferente de las demás fuentes de sonido sin valor. Está densamente repartido por toda la ciudad, a diferencia del ruido del ocio y de las infraestructuras, que suelen estar mucho más localizadas. Es continuo, sin apenas intervalos distinguibles, especialmente en las vías más transitadas. En esto se diferencia mucho del ruido del ocio, que tiene puntas bien localizadas (entre las 20:00 y las 00:00, por ejemplo) y luego desaparece, salvo en casos de concentración de bares y discotecas de cierre tardío o botellones persistentes.

El ruido de tráfico tiene otra curiosa característica: es invisible, o mejor dicho inaudible. Nadie se da cuenta de su existencia, hasta que un día dejan de circular  los coches (como pasó durante el confinamiento por el covid) y nos sorprende el atronador silencio subsiguiente. Restablecida la intensidad habitual del tráfico, estruendos continuos de tráfico rodado de 70 decibelios, de día y de noche, se consideran normales y dentro del orden natural de las cosas. Esta curiosa cultura urbana del ruido, no obstante, no es buena para la salud. Los investigadores han demostrado una y otra vez que el ruido continuo del tráfico es causa de un amplio cortejo de enfermedades. Y que puede ser más dañina la exposición a un ruido constante que respirar contaminantes salidos de los tubos de escape, como los óxidos de nitrógeno.

Una aplicación (MAdb), realizada a partir de los datos del Mapa Estratégico del Ruido de la ciudad de Madrid, mide, por decirlo así, la otra cara de la moneda: no el ruido en la vía pública sino cómo afecta a las fachadas de los edificios, dentro de los cuales vivimos. Vista así, la ciudad sigue siendo de un color rojo-ruidoso  bastante uniforme, pero con unas cuantas islas azules silenciosas –que se corresponden con zonas peatonales– en su interior. Una zona peatonal medianamente extensa reduce drásticamente el nivel de ruido ambiente en su interior, mejorando por lo tanto la salud de sus habitantes. Estas zonas se están ampliando continuamente, de una u otra forma (en Barcelona con la fórmula “superilla” (supermanzana), por ejemplo), en todas las ciudades. Después del alcantarillado, el agua potable en cada casa y la recogida de residuos, la peatonalización general puede ser la medida de salud pública más importante de la historia urbana.

Jesús Alonso Millán

Imagen: una pintura en la calle peatonal de Zaragoza (Madrid).