El 20 de agosto de 2020, entre tanta información sombría, saltó una pequeña nota optimista: la peatonalización total de la Puerta del Sol de Madrid. Es el remate de un largo proceso de más de medio siglo de duración, que comenzó en 1969 en la calle Preciados, y siguió paso a paso en las calles de la Montera, Arenal y Carretas.


La Puerta del Sol de Madrid, libre de coches al fin.

Ahora se libran de coches un pequeño tramo de la calle Mayor, otro más largo de Alcalá, otro corto pero sustancioso de la Carrera de San Jerónimo y las calles de Espoz y Mina y de la Victoria, amén del arranque de la calle del Correo.


Una pintura rupestre del siglo XXI. Pintada en la calzada, esta imagen forma parte de la señal que delimita la zona peatonal.

Disculpen este ataque de madrileñismo (los madrileños se creen el ombligo del mundo, ya se sabe), pero es una muy buena señal. Aunque parezca extraño, casi nadie ha protestado. No han salido en los medios comerciantes hablando de ruina inminente, o vecinos hablando de un seguro aumento de la delincuencia.


Semáforos desmontados en la Puerta del Sol, ahora inútiles.

Ha costado medio siglo, pero se ha conseguido que la idea de devolver la ciudad a sus habitantes, los ciudadanos caminantes, sea considerada lógica y beneficiosa. Esto es una idea general, todas las ciudades del mundo están devolviendo sus calles a los paseantes. Curiosamente, hay otra Puerta del Sol en España que está en pleno proceso de peatonalización, la Porta do Sol de Vigo.

Es verdad que todavía queda mucho por hacer, el 80% del espacio urbano sigue ocupado por coches parados o en movimiento. Pero ya se ve con claridad la ciudad post-automóvil. La contaminación y el ruido son cada vez más inaceptables. En tiempos en que se nos reclama distancia social, la ocupación de espacio por los coches es cada vez más onerosa.


El futuro: patinetes y bicicletas de uso público alineados, esperando clientes.

Cada vez hay más proyectos urbanos realistas pero ambiciosos, que pretenden avanzar hacia la sostenibilidad no creando ciudades-jardín alejadas, sino trabajando con los materiales que tenemos a mano: la ciudad en la que vivimos. Un buen ejemplo es la iniciativa de París de la Ciudad del cuarto de hora.

Otra buena señal es que los fabricantes de bicicletas eléctricas no dan abasto para atender los pedidos. Este vehículo se está revelando como la elección más lógica en estos tiempos, y ha llegado para quedarse (o mejor dicho ha regresado, pero ahora en versión más descansada).

Hasta tal punto ha llegado la ola ciclista, que la autoridad que regula la publicidad en Francia ha prohibido la emisión de un anuncio de bicicletas eléctricas, revelando así el peligro que amenaza a la industria del tubo de escape. Algo se mueve en la sostenibilidad urbana. El polémico anuncio se puede ver aquí.

Jesús Alonso Millán

Publicado originalmente en el blog El ciudadano autosuficiente, del diario Público.