En dos palabras, el programa ambiental de la administración Trump, tal y como figura en su programa electoral, es terrorífico. Reducirá a cero la contribución de los Estados Unidos a los programas de lucha contra el cambio climático establecidos en la COP21 de París, levantará cualquier restricción a la explotación de energías fósiles, incluyendo el fracking y la construcción del polémico oleoducto Keystone XL, eliminará la política de apoyo a las renovables de la administración Obama y dejará sin actividad la Agencia de Protección Ambiental (EPA).

Hasta aquí las malas noticias, ahora vamos a ponernos una toalla fría en la cabeza y a examinar el asunto con más tranquilidad. Por ejemplo, la EPA no puede ser barrida de un plumazo, es una agencia gubernamental con 15.000 empleados que lleva funcionando desde 1970. ¿Quién fue su principal impulsor en aquellos tiempos? Sí, el republicano Richard Nixon, el hombre que limpió el aire y las aguas de América. Eliminar la EPA requeriría un largo proceso parlamentario y dejaría un vacío legal y administrativo enorme.

Las otras decisiones sí dependen más de la decisión gubernamental, pero tampoco se pueden poner en marcha de la noche a la mañana. El portazo a la política mundial de lucha contra el cambio climático puede conculcar tratados internacionales y otros aspectos legales y políticos de los que requieren batallones de abogados para desentrañarlos. Las decisiones anti-renovables y pro-fósiles pueden chocar con la soberanía de los estados de la Unión, que es sorprendentemente extensa. Y así sucesivamente.

Empero el factor fundamental que debería impedir el gran Salto Atrás ambiental de la administración Trump es paradójicamente el propio lema de la campaña, Hagamos Los Estados Unidos de América Grandes Otra Vez. Es evidente que en China (otra bestia negra del trumpismo) se están frotando las manos con su prevista politica ambiental. China ya tiene la mayor superficie fotovoltaica instalada del mundo y no piensa cejar en sus planes de transición energética, con enormes proyectos en materia eólica, por ejemplo. El gobierno chino sabe que no puede aspirar al papel de primera potencia mundial basando su abastecimiento energético en el carbón y el petróleo, que convierten la atmósfera de sus ciudades en irrespirables.

Alemania acuñó el término Energiewende (Transición energética). Hay media docena de países que ya están muy cerca del objetivo 100% de renovable (Costa Rica y Portugal, por ejemplo), además de los países escandinavos. Más modestamente, en España, la isla del Hierro ya funciona en modo renovable. La Agencia Internacional de la Energía marcó 2015 como el gran año de la transición a las renovables, con récords de potencia instalada en todo el mundo. Cada vez hay más dinero y más intereses políticos en el asunto renovable.

La perspectiva de una América (USA) encerrada en sí misma, quemando carbón y petróleo mientras el resto del mundo da la espalda a las obsoletas tecnologías fósiles, está en contradicción directa con la idea de una América Grande. En realidad, la nueva administración Trump que se avecina podría ser el empujón definitivo a la transición mundial a las energías sostenibles. Ya no a base de subvenciones y buenos deseos, sino cuando se compruebe en la práctica que son baratas, limpias, eficaces y competitivas.