El enemigo del timo de la comida ecológica se sienta a la mesa de un restaurante. El camarero acude y le entrega la carta. De paso le sugiere con voz seductora:
–También tenemos una ensalada de berenjenas de una huerta de aquí al lado, cultivadas sin pesticidas ni fertilizantes químicos. Una delicia.
–No, muchas gracias… ¿Qué tal está el estofado de ternera?
–Magnífica elección, señor. Es ternera criada en pastos de montaña de la sierra de Gredos. Los animales no han visto el pienso industrial en su vida. Exquisita.
–¿No tiene nada mejor?
–Bueno, tenemos salmón salvaje del Atlántico Norte en papillote con fresas igualmente salvajes y arándanos recogidos en el bosque.
–¿No tiene algo menos ecopijo?
–Por supuesto, señor. ¿Qué le parece un puré de verduras cultivadas con dos pasadas de glifosato y una de malation? Contienen una escogida selección de conservantes.
–Esto ya suena mejor. ¿Tiene algo de carne como Dios manda?
–Claro, señor. Tenemos filetes de ternera alimentada comilfó a base de pienso industrial de harinas animales machacadas, con hormonas y antibióticos de primera calidad.
–Me estoy relamiendo solo de pensarlo. Tráigame dos de cada.
–¿Va a tomar postre?
–Sí, déjeme pensarlo… ¿Tienen algo con aceite de palma presurizado y aceites deshidrogenados en salsa de aditivos espesantes?
–Of course, señor. Y con pepitas de tetrahidrobenzoquinona y apresto de dimetilpolixilosano.
–Se me hace la boca agua. Tráigame uno de chocolate y otro de vainilla.
–Veo que el señor es un entendido. ¿Café? Es una variedad ecológica de Costa Rica. Sublime.
–¿Tengo yo cara de ecopijo? Tráigame una bebida energética con mucho azúcar.
–Por supuesto, señor. Disculpe. Marchando una lata.
–Y tráigame la cuenta.
–Sí señor. ¿Va a pagar con dinero de verdad o piensa complicar las cosas?

Jesús Alonso Millán