Fotografía: Peter Bond on Unsplash

Basta meterse en internet un rato para verse bombardeado por noticias, artículos y anuncios que nos informan sobre el último alimento milagro que nos va a hacer sentir más sanos y fuertes. En España hay una creciente preocupación por llevar una alimentación y vida sana  que provoca que estas noticias se propaguen como la pólvora creando modas y tendencias, pero ¿qué consecuencias tienen estos booms para el medio ambiente y las comunidades de las zonas de producción?

Un ejemplo claro es el caso de la quinoa. Este pseudocereal –se le denomina así porque aunque se consuma como un cereal no pertenece a esa familia– de origen andino es actualmente uno de los alimentos más completos y nutritivos, además se adapta a condiciones extremas de sequía, altitud, heladas y salinidad, lo que lo convierte, según la FAO, en un superalimento capaz de paliar el hambre. ¿Cómo pasó la quinoa de ser la base de la dieta de campesinos pobres del altiplano boliviano a aparecer en los platos de restaurantes de medio mundo y en las estanterías de todos los supermercados?

Antes de 2013 la producción mundial se concentraba principalmente en agricultores tradicionales de Bolivia y las exportaciones eran tímidas, ya que su consumo se reducía a veganos y vegetarianos por su alto contenido en proteínas. Pero ese año debido a la campaña de la ONU “El año internacional de la Quinoa”,  el pseudocereal se popularizó y las exportaciones casi se triplicaron haciendo que la tonelada alcanzara precios desorbitados, tanto que en Bolivia la empezaron a llamar la “semilla de oro” (llegó a alcanzar alrededor de los 9.000 €, es decir, valía 60 veces más que el trigo).

En un principio la población local se vio beneficiada. Gracias a la subida de la demanda su producto alcanzaba altos valores en el mercado, lo que les permitió aumentar sus ingresos. Pero estos altos precios atrajeron a productores extranjeros como peruanos, que empezaron a cultivar la quinoa de manera industrial obteniendo 3 cosechas al año o estadounidenses, los cuales son los primeros productores a nivel mundial. Actualmente el cultivo de la quinoa está muy extendido y se produce en más de 70 países, entre los que encontramos a Francia, Inglaterra, Suecia, Dinamarca, Holanda e Italia, Kenia e India.

La consecuencia de todo esto es que las comunidades de las zonas de Bolivia que tradicionalmente cultivaban quinoa no pueden vender su producto porque no les sale rentable. La capacidad de los bolivianos para producir quinoa es de 500 kilos por hectárea, mientras que sus competidores pueden llegar a producciones de hasta 7.000 kilos por hectárea, lo que les permite vender su quinoa a un precio más bajo aunque la calidad sea menor.

Pero ¿y el medio ambiente? Este boom tuvo consecuencias en la propia Bolivia, ya que se abandonaron otros cultivos y se dejó de lado la cría de la llama, fundamental en la zona para la fertilidad del suelo, pero también en Perú ya que al no contar con tan buenas condiciones como Bolivia y querer sacar el máximo beneficio, se tuvieron que utilizar grandes cantidades de químicos que afectaron al suelo y a la población, y crearon resistencia a los pesticidas en las plagas. De hecho se utilizaron tantos químicos que toda una cosecha fue devuelta por Estados Unidos a Perú por considerar que tenía unos niveles de pesticidas tan altos que no era una quinoa apta para el consumo humano.

Otro problema para el medio ambiente es la pérdida de biodiversidad que implican los monocultivos industriales, no solo en biodiversidad de cultivos si no también dentro de la propia especie, ya que el 75% de la producción total está cubierta por apenas 3 variedades de quinoa.

Como este producto hay muchos más. Uno es el aguacate cuya alta demanda se satisface con extensos monocultivos, y la consecuencia es deforestación y pérdida de biodiversidad, otro es el aceite de palma que se encuentra en multitud de productos y está provocando la tala y quema indiscriminada de las selvas tropicales de Malasia e Indonesia, con graves consecuencias para la fauna local.

Los problemas ambientales y sociales derivados del consumo masivo por parte de países occidentales, no se reducen a las plantas, también ocurren con animales como los langostinos o el  panga. Las granjas de cría de estos animales, principalmente en países asiáticos, han producido la pérdida de los manglares típicos de la zona (muy importantes para la mitigación de eventos extremos como los tsunamis), la contaminación de las aguas, el desplazamiento de especies y actividades tradicionales fundamentales para la población como el cultivo del arroz y la creación de trabajo esclavo.

Es por todo esto que es tan importante ser consumidores conscientes, informados y concienciados. Las decisiones que tomamos en nuestro día a día a la hora de comprar tienen más consecuencias de las que creemos y apoyando iniciativas locales o de comercio justo estamos defendiendo un modelo de producción sostenible y justo, tanto para nuestro planeta como para las comunidades productoras.

Carlota López

 

Fuentes:
WWF Internacional – Agricultura: reconversión y pérdida de hábitats

Greenpeace Internacional – Aceite de palma

El Mundo – Quinoa Boom