Mediante tecnología avanzada o simplemente a base de sentido común. Aquí están algunos de los próximos cambios en el ecosistema doméstico que nos permitirán ahorrar dinero, mejorar nuestra salud… y ayudar a refrescar nuestro recalentado planeta.

 

Superecoetiquetas

Las ecoetiquetas comenzaron con ánimo de ser únicas y universales (como la etiqueta ecológica europea que, a pesar de una larga trayectoria, no ha conseguido implantarse en la vida cotidiana) y luego se han dispersado en cientos de ecoetiquetas temáticas (unas 400 actualmente) que no crean más que confusión entre la ciudadanía. Ahora puede estarse dando la tendencia opuesta, en la dirección de una etiqueta única universal que distinga los productos y servicios sostenibles. Aunque puede estar todavía lejos de nuestro alcance, sí se están planteando etiquetas únicas para productos sostenibles, en principio, por categorías (alimentos, movilidad, edificación, etc.) Ejemplos son el polémico NutriScore, o los sellos negros octogonales utilizados en Chile, así como la etiqueta energética.

 

Electrodomésticos y aparatos en general manipulables, graduables y temporizables (¡y apagables!)

Estamos hablando de aparatos que son importantes componentes del ecosistema doméstico. Son los que consumen más energía, incluyendo la iluminación. Deberían ser fáciles de operar, manipular, graduar y por supuesto apagar. Poder apagar completamente, al 100%, un electrodoméstico –algo que no es tan fácil como parece– ayudaría a la erradicación del stand-by, un caso concreto de sobredimensionamiento que consume en torno a un 5% de la electricidad de un hogar medio. Aquí no se trata de tecnología punta, sino simplemente de hacer más fácilmente manipulables toda clase de elementos del ecosistema doméstico. En algunos casos se pueden acoplar manipuladores a instalaciones antiguas (como los radiadores de sistemas de calefacción central), o simplemente de no permitir la venta de aparatos que no se puedan graduar a voluntad o apagar por completo (en modo “0 W”).

 

Ciudades sin semáforos: espacio público indiferenciado para peatones y vehículos

La ciudad actual, rígida y compartimentada de manera estanca en flujos de vehículos y espacio para todo lo demás, puede transformarse en un continuo indiferenciado de movilidad. Todas las ciudades del mundo se están replanteando el actual esquema vigente de tráfico rápido por un lado coexistiendo con un flujo peatonal subordinado (como se ve en los tiempos de detención que establecen los semáforos, hasta diez veces más prolongados para los peatones que para los coches). Eliminar todos los semáforos y dejar que peatones y toda clase de vehículos coexistan libremente en la vía pública es una opción que se está utilizando en diversas localidades con buen éxito en general. Resta saber cómo podríamos aplicarla a las ciudades más grandes y las precauciones a tomar en relación con los colectivos de personas de mayor y de menor edad.

 

Envases y otros artículos desechables “enrutados”

La palabra enrutar se aplica a la dirección de datos dentro de una red, pero el concepto se puede utilizar para facilitar la implantación de robustos sistemas de economía circular. Cada envase o artículo desechado en general tendrá un dispositivo que facilite que llegue a su destino preferente, el que asegure su reciclaje, reutilización o incluso reparación. Puede tratarse de una simple indicación de cómo y dónde debe ser desechado, una cantidad de dinero que se devuelve a la entrega del envase (“devolver el casco”) o sistemas más sofisticados basados en chips insertados.

 

Menú de movilidad de grano fino

El menú de movilidad que teníamos hace unos años era de grano grueso: o usabas el coche de tu propiedad, o cogías el autobús o el tren, o caminabas. No había más. Ahora tenemos muchas opciones intermedias: coches compartidos, vehículos de movilidad personal, sistemas públicos de bicicletas, patinetes, nuevos sistemas de coches de alquiler, infinidad de apps para organizar trayectos, vehículos autónomos, etc. Es lo que se llama gestión de la demanda en el transporte, ajuste preciso de la oferta con las necesidades de movimiento de personas y mercancías. Se trata de aumentar la eficiencia de la movilidad (por ejemplo, un trayecto domicilio-trabajo de 15 kilómetros sale mucho más barato, en términos de consumo de energía y de coste para el usuario, si se hace en bicicleta eléctrica que si se hace en un coche convencional). Las empresas automovilísticas cada vez están más interesadas en vender “servicios de movilidad” en vez de vender simplemente coches (o al menos eso dicen).

 

Aparatos modulares, despiezables y reparables

Superando la tendencia actual a vender paquetes herméticos de componentes que, si se estropean, solo se pueden tirar o llevar al servicio técnico. Un ejemplo pueden ser los móviles “Fairphone” con componentes separables y actualizables. Otros proyectos de teléfonos móviles modulares surgieron hace años, desaparecieron y vuelven a reaparecer. Pero el concepto está ahí, parece que sólo falta un pequeño empujón tecnológico y cultural para que se haga viable y popular.

 

Contador y sensor universal para el salón

Podemos verlos en algunas tiendas y centros comerciales, en la forma de pantallas que indican la temperatura y humedad y otros parámetros. También pueden incluir datos de consumo instantáneo, resumen del gasto de energía, tendencias y muchos otros datos. A través del móvil también podemos obtener mucha información, por ejemplo de nuestro consumo eléctrico. Más recientemente se han popularizado los medidores de CO2, o de ruido. Uniendo toda esta información en un despliegue gráfico bien diseñado, para que resulte elegante en la pared del salón de nuestra casa, contaríamos con un analizador ambiental que nos diga como funciona nuestra “máquina de vivir” y nos de pistas sobre cómo podría funcionar mejor y de manera más sostenible.

 

Fotografía: Hadija Saidi en Unsplash