¿Cómo podemos saber si todo va bien o algo va mal a nuestro alrededor? Pues percibiendo las señales correspondientes. Por ejemplo, el olor a quemado hará que salgamos pitando en busca de un posible fuego. Otras señales son igual de alarmantes pero ya no les hacemos caso, pues la repetición del estímulo hace que la alarma se apague. Por ejemplo, vivir en una casa al lado de una calle de mucho tráfico rápido, con un nivel de ruido ambiente entre los 60 y los 80 decibelios todos los días del año, 24 horas al día.

En general cuidamos mucho nuestro paisaje cotidiano de puertas para adentro, y ahí están las tiendas de decoración para atestiguarlo. Intentamos crear un ambiente agradable y confortable instalando calefacción, iluminación, aire acondicionado, cortinas de colores, cuadros en la pared, etc. Este paisaje interior es realmente importante, pues pasamos en él varias horas al día (es verdad que gran parte de ellas estamos dormidos).

El paisaje exterior es otra cosa. Se supone que no es responsabilidad nuestra, al menos directa. Hay paisajes exteriores de tanta calidad que la gente paga por verlos, y terminan atestados de turistas. Hay otros que nadie pagaría por verlos, más bien por alejarse de ellos. Y hay muchos otros que no están demasiado mal, pero que podrían estar mucho mejor.

Cuidar y mejorar el paisaje es tarea municipal en un gran porcentaje. Los ayuntamientos son legalmente responsables de la limpieza de las calles, parques y jardines, árboles y zonas verdes, retirada de residuos, limpieza del aire y abastecimiento y depuración de aguas, lucha contra el ruido, etc. Así como de toda clase de cuestiones relacionadas con la forma física de la ciudad: edificios, calles, calzadas y aceras, pavimentos, materiales, señalización, kioskos, papeleras, y los mil y un elementos del utillaje urbano.

Y luego están los elementos móviles del paisaje, sus habitantes. Principalmente seres humanos y sus vehículos, pero también muchos animales, algunos muy visibles, como las aves. Los ciudadanos muestran un extraño desinterés por el paisaje urbano, que es donde desarrollan su existencia. En realidad, muchos ni siquiera consideran que sea paisaje. Para ellos, paisaje es el escenario que se ve a lo lejos cuando uno está de vacaciones, y puede ser de dos tipos: mar y montaña.

Este menosprecio del paisaje urbano explica en parte porqué es tan poco apreciado. La ciudad suele estar más bien mugrienta, los desperdicios cubren las aceras, el aire está contaminado, el estruendo del tráfico se escucha en todas partes. Los parques proporcionan un alivio parcial, pero el resto de la ciudad se da por perdido. En ciudades como Madrid, solamente los que no tienen más remedio se quedan en la ciudad cuando hay un puente o un fin de semana. Todo el mundo que puede se marcha, la mayoría en su coche.

Por esta razón, agosto es un buen mes para el paisaje de la ciudad. El tráfico se reduce bastante, así como el ruido y la contaminación. Es la demostración de que el coche es el enemigo número uno del paisaje urbano. Pero hay más enemigos: la consideración de la calle como un vertedero es otro de ellos. Prospectos, paquetes vacíos, colillas de cigarrillo y muchos otros objetos termina por las aceras.

Necesitamos recuperar el respeto por el paisaje urbano. No todo es responsabilidad del ayuntamiento o del Ministerio de Medio Ambiente Fomento. El día en que consideremos lo que está fuera de nuestra casa como parte de nuestra casa podremos empezar a hacer grandes cosas para mejorar nuestro medio ambiente directo en donde desarrollamos nuestra vida cotidiana, nuestro paisaje.

Hay muchas maneras de hacerlo: podemos dejar el coche quieto, a ser posible en un garaje de las afueras, usar las papeleras, abonar algunas plantas en el balcón, cuidar los animales con los que compartimos la ciudad, caminar y usar la bicicleta, implicarnos en un huerto urbano o regar el trozo de acera delante de nuestra casa o tienda. Pero lo más importante, para empezar, es terminar con nuestro desprecio implícito por el paisaje urbano y empezar a considerarlo tan importante y digno de aprecio como los paisajes de mar y de montaña que vemos en vacaciones.

Jesús Alonso Millán