El proyecto de Ley de cambio climático y transición energética (se puede consultar aquí ) se discutió el 14 de julio pasado en el Congreso (las intervenciones se pueden leer aquí  ) y sigue adelante. Es una hoja de ruta con un objetivo final bastante claro, la descarbonización total de la economía española (acompañada por la de toda la UE) en 2050. Es decir, ese año nuestro país no emitiría ni un gramo más de CO2 del que su territorio es capaz de absorber. Esta “neutralidad climática” es un desafío gigantesco, si se tiene en cuenta que el año pasado España lanzó a la atmósfera de nuestro planeta algo más de 300 millones de toneladas de CO2 equivalente, unas 6 toneladas por habitante.

¿Cómo vamos a hacerlo? Por decirlo en dos palabras, haciendo que la habilidad sustituya a la fuerza bruta.

Un elemento fundamental de la transición energética que ya está en marcha consiste en electrificar de manera masiva el consumo de energía. Ahora mismo, la energía que consumimos en casas, fábricas y vehículos es electricidad en una cuarta parte. La mitad aproximadamente son productos petrolíferos (gasolinas, gasóleos, fuel, etc.) y una sexta parte es gas natural (el consumo directo de carbón como energía final ya casi ha desaparecido). En total, unos 60 millones de toneladas equivalentes de petróleo que habrá que sustituir por electricidad. El resultado final será una mezcla energética de consumo a base de electricidad y energía renovables, como la solar térmica o la biomasa.

El segundo elemento esencial del modelo es acelerar la “renovabilización” de la producción eléctrica, cifrada en un 70 % para el año 2030 y en un 100 % para 2050. Ahora mismo la producción de electricidad a base de energías renovables se acerca al 50%. No será difícil multiplicar la producción solar de electricidad, que está creciendo con rapidez, del casi 9 % actual (tanto a base de instalaciones térmicas como fotovoltaicas) a un porcentaje mucho mayor de la producción eléctrica total. También hay margen de expansión renovable en energía eólica y en centrales hidroeólicas (que usan la fuerza del viento para elevar agua, y que luego se dejará fluir para producir electricidad cuando sea necesario), así como en las centrales de biomasa. Se pueden ver estos datos en los significativos gráficos actualizados diariamente en la web de Red Eléctrica Española.

El tercer elemento principal del plan es aumentar drásticamente la eficiencia en el consumo de energía (se estima una mejora anual del 3,5% en el indicador correspondiente hasta 2030). Se trata de obtener más y mejor satisfacción de nuestras necesidades con un consumo más reducido de energía, que será eléctrica en su mayoría y producida a partir de fuentes renovables.

¿Cómo nos afectará, como ciudadanos, esta batería de ambiciosos objetivos? Podemos visualizar el proceso de transición energética como el paso de una caldera de calefacción de carbón, imposible de regular y muy contaminante, a un sistema de climatización completo de bomba de calor, alimentado con electricidad renovable, finamente regulado y que consume una fracción de energía de la que consumía el sistema antiguo, gracias a la mejora del aislamiento térmico del edificio.

Hay muchas otras transiciones energéticas en las que podemos embarcarnos como ciudadanos: por ejemplo, pasar de un coche con motor diésel a un vehículo eléctrico o pasar de consumidores pasivos de energía a productores, gracias al autoconsumo.

Resumiendo, dejar de usar la fuerza bruta y pasar a satisfacer nuestras necesidades con inteligencia. Es absurdo quemar varias toneladas de combustibles petrolíferos si podemos obtener confort doméstico y transporte de igual o mejor calidad gracias a inventos como la bomba de calor o los vehículos ligeros eléctricos, alimentados con energía limpia. En términos más amplios, se trata de promover la resiliencia de nuestra sociedad, la capacidad de responder adecuadamente a las perturbaciones que inevitablemente nos afectan (como nos recuerda la Covid 19).

Los cambios que veremos van a ir muy lejos. La ley establece muchas medidas de tipo económico, financiero, municipal, tecnológico, social y de todo tipo. Por poner un solo ejemplo, la idea de crear una red de muchos miles de pequeños productores de electricidad requiere toda clase de medidas administrativas y legales, desde la homologación de contadores a cambios en la Ley de propiedad horizontal. Se están creando nuevas figuras económicas y legales, como el Agregador de la demanda o las Obligaciones de eficiencia energética. Y construyendo nuevas herramientas como los Planes Nacionales Integrados de Energía y Clima (PNIEC) y la Estrategia de Descarbonización a 2050.

En términos culturales, es toda una conmoción: se trata de avanzar hacia una “prosperidad inclusiva dentro de los límites del planeta”. Ahí entra el concepto de transición justa, que garantice que los beneficios del avance hacia la sostenibilidad repercuten favorablemente en el empleo y en las zonas y ámbitos sociales más desfavorecidos.

Hay un consenso general en la sociedad española de que conviene ponerse manos a la obra cuanto antes para hacer esta transición energética o, en términos generales, para avanzar hacia una sociedad más sostenible. No va a ser fácil ni mucho menos. Todos podemos y debemos participar, tanto en los canales formales de la política como adaptando nuestros estilos de vida. Las habituales listas de recomendaciones “ecológicas” (usar el transporte público, colocar dobles cristales en las ventanas… ) adquieren un nuevo sentido ahora.

Fotografía de: Jose Ruales en Unsplash