Todas las ciudades del mundo de cierto tamaño están acariciando una idea que hace poco estaba reducida a algunas pioneras: erradicar el coche de la ciudad. O más exactamente erradicar el coche de motor de explosión. Esta idea general es revolucionaria, en el sentido de proponer cambios muy radicales en nuestro estilo de vida y en el funcionamiento de la economía.

Aquí no hay más remedio que hablar del petróleo. Erradicar el coche térmico de las ciudades equivale a prohibir el motor de explosión. Lo cual equivale a acabar con el inmenso negocio de extracción, transformación y venta de derivados petrolíferos, principalmente gasóleos y gasolinas. Incluso una prohibición general únicamente de los diésel asestaría un duro golpe al negocio petrolero, que ha invertido mucho en los últimos años, en Europa, en instalaciones de fabricación de este combustible.

En estas circunstancias, las nuevas y en teoría rigurosas normas de emisión para automóviles de la UE son vistas como una tabla de salvación por la industria de petróleo y derivados. La gran esperanza es la norma Euro 6. Álvaro Mazarrasa, director general de la AOP, llegó a decir hace unos días que «Si se sustituyeran los coches antiguos por Euro 6, la contaminación en las ciudades desaparecería«. Más realista tal vez, Repsol considera en una serie de publirreportajes que el futuro pertenece a los vehículos mixtos que consuman electricidad y “gasolina ligera”.

Aquí no hay más remedio que hablar de Volkswagen. Como es sabido, la incapacidad de los nuevos modelos de VW por cumplimentar las nuevas normas de emisión de la UE llevó a compañía a falsear los datos de emisión trucando el software. La justicia norteamericana ha reaccionado con irritación, pero la europea no: la UE aceptó tácitamente que los coches europeos contaminan mucho más de lo que dicen y planteó una serie de largos plazos para que cumplan realmente las normas, se supone que con mediciones ya no teóricas como antes, sino realistas y que simulen las condiciones reales de circulación en carretera. El problema es que las nuevas normas, los nuevos plazos y la capacidad de los fabricantes de coches para cumplirlas han caído en un completo descrédito.

El caso es que varios parlamentos del mundo están planteado seriamente la opción de prohibir la venta de coches térmicos a partir de cierto plazo. Cualquiera pensaría que, como reacción, todos los grandes fabricantes de coches están metidos en una carrera desenfrenada para fabricar el “Ford modelo T” del coche eléctrico, el coche eléctrico popular, de larga autonomía y que se venda como rosquillas.

No es así. Los fabricantes japoneses están muy adelantados al respecto, y ya venden híbridos como churros. El innovador fabricante Tesla está a punto de sacar un modelo relativamente barato con 600 km de autonomía. Renault tiene un interesante catálogo de vehículos eléctrico. PSA (Peugeot) también está en ello. Pero las ventas, salvo en Noruega, siguen siendo pequeñas, en España infinitesimales. Hay una razón para ello: los grandes fabricantes de automóviles son empresas enormes a las que cuesta mucho cambiar de rumbo. Llevan décadas invirtiendo montañas de dinero en el afine y descontaminación del motor clásico (en Europa, del diésel).

No es fácil que den un giro brusco al timón. Volkswagen tiene más de medio millón de empleados, y un equipo de un centenar de personas trabajando en el desarrollo de un coche eléctrico. Nuevamente la norma Euro 6 es la panacea: las grandes automovileras se van a aferrar a ella como a un clavo ardiendo.