Estamos en el año 2026. Tras la turbulenta década de 2010, el mundo ha entrado en una etapa algo menos brutal, con menos guerras y conflictos sangrientos. Sea causa o consecuencia, el caso es que las renovables se han consolidado y son ya la principal fuente de energía. Hay aerogeneradores y centrales solares por todas partes. El paisaje también ha cambiado por la aparición de inmensos cementerios de automóviles, kilómetros y kilómetros de coches enviados a la chatarra que los desguaces no dan abasto para procesar. Sólo en España se calcula el número de vehículos en esta situación en unos 20 millones. Estos gigantescos cementerios de coches son un serio problema de salud ambiental y pública (*).

La vida del usuario del automóvil ha cambiado mucho desde 2016. Todavía circulan algunos coches de motor térmico por las calles, pero son más una curiosidad que otra cosa. La mayoría de los coches son eléctricos. Se pueden ver en dos versiones principales: VLUEs y VEGAs. Los VLUEs (Vehículos Ligeros Urbanos Eléctricos) se encargan de lidiar con el tráfico cotidiano en la ciudad. La mayoría pertenecen a redes municipales de transporte semipúblico. Con diez mil VLUEs, la ciudad de Madrid ha conseguido sustituir al millón y pico de vehículos que ocupaban sus calles en 2016.

El gran número de VLUEs disponibles implica que siempre hay uno a pocos metros de distancia en cualquier parte de la ciudad. Los usuarios abren la puerta del coche con su cleverphone o listófono, conducen y lo dejan en cualquier sitio una vez que llegan a su destino. No hay problemas de aparcamiento (hay cien veces menos coches en circulación que en 2016). Los párkings, un gran negocio antaño, ya no sirven para nada. Tampoco hay tantas multas.

Los VEGAs (Vehículos Eléctricos de Gran Autonomía) pueden recorrer 800 km sin repostar con un tiempo de recarga de diez minutos. Los que todavía quieren o necesitan un coche en propiedad compran VEGAs. El número de gasolineras y talleres de reparación ha descendido mucho, pues los coches eléctricos tienen una tasa de averías muy inferior a la de los coches de gasolina. La red de “electrolineras” de recarga ultrarrápida sigue funcionando, pero es menos densa que la de gasolineras tradicionales, pues muchos usuarios se organizan y recargan su coche en su propia casa.

El coche autónomo o de conducción automática no acaba de cuajar. Se usa mucho en ciudad, con los VLUEs, ya que la velocidad máxima es de 25 km/h. Indicas la dirección de destino y te pones a consultar tranquilamente las redes sociales, especialmente Twook (el resultado de la fusión de Facebook y Twitter en 2019). Incidentalmente, los atropellos se han reducido a casi cero. Pero en carretera la cosa es distinta, y muchos conductores confiesan no confiar en la conducción automática y usan la versión semiautónoma.

Una consecuencia de la automatización de la conducción es que los muertos en carretera ya no son millares, sino unos pocos, y los accidentes de tráfico no son cientos de miles al año (en un país del tamaño de España) sino apenas unas decenas, que son portada y sometidos a detallados análisis en los medios de comunicación. En general, el coste del automóvil, medido en daños a la salud, contaminación, siniestralidad, gasto de las familias, etc., se ha dividido por cinco. Es una consecuencia de la valiente decisión que tomó el gobierno en 2016 de abandonar el modelo fósil-congestionado de transporte y explorar nuevas modelos de movilidad.

NOTA: Todo lo que aquí se cuenta ya existe y funciona (excepto Twook). La opción de una movilidad mucho más barata, accesible y limpia está al alcance de nuestra mano. ¿A qué estamos esperando?

(*) Cabe otra posibilidad: un reciclaje masivo de los coches de motor térmico para convertirlos en eléctricos. La iniciativa Ecoche, en Extremadura, va en esta dirección ¡Viva la economía circular!