No hay que ser un lince para darse cuenta de que nuestra época de hiperconsumo y megacontaminación, el Antropoceno, está llegando a su fin.

Desde un ambientador eléctrico enchufable a unas grosellas traídas desde 14.000 km de distancia, por avión, nuestro planeta no da abasto a producir todo lo que utilizamos y comemos habitualmente. Tampoco tiene más sitio disponible para guardar o neutralizar la cantidad de residuos y compuestos tóxicos que inyectamos diariamente en la atmósfera, las aguas y el suelo. Se necesita un cambio de era geológica. Es necesario dar por terminado el Antropoceno, nuestra era vigente, que ya no da más de sí, y pasar a la siguiente. Mientras tal cosa ocurre, vamos a vivir en el tramo final de nuestra era, que podríamos llamar “Antropocenillo”, para indicar que nuestro estilo de vida va a ser mucho menos aparatoso y menos aplastante que el correspondiente al Antropoceno clásico.

Esta era geológica, cuyo final estamos viviendo ahora mismo, se caracteriza por funcionar a base de fuerza bruta (y fósil). Puede empezar en un campo que produce forrajes para alimentar al ganado, forzado a producir muchas toneladas por hectárea a base de fertilizante químico aplicado con liberalidad, acompañado de pesticidas en cantidad. El forraje alimentará a vacas modificadas a su vez para producir miles de litros de leche al año. La leche, producida por miles de millones de litros, es envasada en botellas de plástico y bricks y distribuida a miles de kilómetros de distancia mediante un ejército de camiones pesados.

Para conseguir este enorme despliegue, fue necesario convencer previamente a las personas de que tenían que tomar gran cantidad de leche al día, fuera cual fuera su edad. En España, país mediterráneo donde nunca fue habitual el consumo de leche durante la edad adulta, se llegó a un nivel propio de Dinamarca en este aspecto, hace algunos años. El circuito de la leche es uno más entre muchos que van sumando sus efectos.

Junto al de la leche, existe el de la carne, el de la ropa, el de los productos de limpieza, el del coche, el de los alimentos multienvasados y ultraprocesados (el de los cereales de desayuno es muy importante), el del aire acondicionado sin miramientos, el de los envases desechables y alguno más. En conjunto, hacen que cada individuo y cada hogar produzca un pisotón ecológico impresionante. La suma de millones de estos pisotones es lo que el planeta ya no aguanta, como se está viendo cada vez con mayor claridad.

Vale, ¿y ahora qué hacemos? ¿Mucha moralina, pero ninguna solución? Seguimos teniendo que comer, que ir a trabajar y llevar los niños al colegio, que vestirnos, que llevar los alimentos a casa, que limpiar el cuarto de baño, etc. La bicicleta, la dieta vegana, la economía circular, la movilidad sostenible, el mundo sin tóxicos y las energías renovables están muy bien, pero parecen lejanas de la vida cotidiana de muchas personas.

Aquí entra el asunto del Antropocenillo, la versión ligera y amigable del pesado Antropoceno. La idea general es quedarnos con lo bueno y desechar lo que no necesitamos, mediante una simplificación y re-diseño del ecosistema doméstico. Por ejemplo, el ecosistema doméstico del Antropoceno clásico produce aproximadamente 1,5 kilos de residuos al día por persona, muchos de ellos mezclados y sin valor. En el Antropocenillo los envases desechables serán devueltos al productor mediante un sistema de consigna (nadie tira a la basura un objeto por el que te darán un dinero si lo devuelves en la tienda). La materia orgánica procedente de los residuos domésticos será tratada y compostada en instalaciones a escala de barrio, no acarreada a lejanos centros de tratamiento o vertederos.

El sistema de circuitos cerrados de recuperación y reciclaje de corto radio puede funcionar también para la ropa y para muchos otros productos de consumo. La eliminación paulatina del uso de combustibles fósiles abre muchas posibilidades de autoconsumo de energía, a base de paneles solares fotovoltaicos y otros sistemas de recuperación de energía. Un circuito muy pequeño pero muy eficaz de recuperación de energía es el que cualquiera puede instalar en su casa, simplemente mejorando el aislamiento de paredes y ventanas.

Las grosellas procedentes de 14.000 km de distancia puede que sigan a la venta en algunas tiendas especializadas, pero perderán mucho atractivo comparados con variedades de frutas y verduras cultivadas a una distancia razonable, de temporada y adaptadas al clima y a los recetarios locales. De ahí el nombre de Antropocenillo, se trata de adecuar nuestro estilo de vida a un planeta sorprendentemente pequeño, cuyos límites hemos sobrepasado de largo.

Jesús Alonso Millán

Fotografía: Grosellas de temporada y certificación ecológica de El Puente del Molino junto al embalse de Pinilla, Lozoya (Comunidad de Madrid). Cultivan siete variedades diferentes de grosellas rojas, negras y blancas, y dos de uva-espina tinta, que producen de principios de verano a comienzos de otoño. Una huerta abierta en la que podemos autocosechar nuestra compra de frutos del bosque. Autoría: El Puente del Molino.

 

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