Necesitamos una dieta equilibrada 

En el sentido que le da el diccionario de la RAE a la palabra equilibrada (“ecuánime, sensata, prudente”), sí. Pero en su sentido comercial, “combinación adecuada de nutrientes”, no nos conviene. La razón es que si dejamos de hablar de comida sana y empezamos a hablar de nutrientes nos pueden vender cualquier cosa extraña, por ejemplo, un desayuno a base de cereales atiborrados de azúcar, pero ricos en fibra añadida, remojados en leche enriquecida con calcio. Es mejor comer un buen trozo de pan con queso, tal cual. Ya puestos, es mejor no comprar alimentos procedentes de cajas y cocinar nosotros mismos a partir de alimentos frescos, locales y de temporada, si son ecológicos o agroecológicos mucho mejor. Mejoramos nuestra dieta y contaminamos menos.

 

La limpieza consiste en dejarlo todo brillante y esterilizado

Desde el detergente friegasuelos bactericida al limpia-vitrocerámicas que garantiza brillo cegador de la placa, el mundo de la limpieza se ha complicado mucho en los últimos años. Estos nuevos productos (hay uno para cada necesidad concreta imaginable) son combinaciones de productos químicos a veces bastante complejas, con efectos sobre la salud controvertidos. Es el caso del triclosán, el antibacteriano de referencia durante mucho tiempo, acusado con bastante razón de no ser nada bueno para la salud y actualmente retirado de la mayoría de productos de limpieza y cosmética. Lo cierto es que basta con un poco de jabón, agua y vinagre para mantener una casa en buenas condiciones de limpieza y salubridad.

 

Los electrodomésticos hacen nuestra vida más fácil

Algunos electrodomésticos, señaladamente la lavadora y el frigorífico, hacen nuestra vida mejor, como sabe cualquiera que se haya visto privado de ellos durante algún tiempo. Pero muchos otros no son más que máquinas complejas, caras y que consumen electricidad, que realizan operaciones que se hacen más fácilmente a mano sin gastar un kilovatio. Por ejemplo, el lavavajillas. El tiempo de lavar la vajilla se ha reducido de 12 a 3 minutos en 20 años (1993-2013). Pero el tiempo de recoger la vajilla ha aumentado de 7 a 15 minutos en ese tiempo. Conclusión: el ahorro de tiempo total por usar el lavavajillas es de ¡un minuto en veinte años! Hemos pasado de dedicar 19 minutos al procesado de la vajilla a 18 minutos. Lo mismo se puede decir del aspirador, la secadora, la tostadora, etc. Basta con no comprarlos ni usarlos para ahorrar cantidad de dinero y de energía.

 

Sin coche no tenemos libertad de movimiento

Muchas personas consideran que un vehículo con cuatro ruedas y un amplio maletero, aparcado bajo su ventana, es fundamental para su día a día. Pero la realidad es que lo utilizamos a plena carga dos o tres veces al año, y el resto del tiempo suele llevar al conductor en solitario con el maletero vacío. Un verdadero derroche de dinero y de combustible. La libertad de movimiento se puede conseguir con vehículos mucho más ligeros (empezando por la bicicleta) y utilizando redes de coches a la demanda, siempre a tu disposición por un módico precio (taxis, VTC, coches compartidos, etc.). Por si fuera poco, también existe el transporte público.

 

El acelerado ritmo de la vida moderna no nos deja tiempo para nada (por ejemplo, cocinar y caminar)

Este importante mito se consolidó hace aproximadamente medio siglo. No es que antes la gente tuviera una vida más relajada (era más bien al revés, pues las jornadas de trabajo eran muy largas) sino que a partir de 1970 aproximadamente se empezó a usar como argumento publicitario el ahorro de tiempo, que encajaba perfectamente con el concepto de una vida moderna acelerada, lo cual sonaba moderno y elegante a todo el mundo. Así que, estresados como ejecutivos de Wall Street, no tenemos tiempo para nada: para cocinar, caminar o usar el transporte público, hacer las tareas de la casa con habilidad, etc. La verdad es que, salvo casos particulares, esa no es la situación general. Muchas personas tienen mucho más tiempo del que creen para ayudar al planeta.

Las encuestas de uso del tiempo muestran que dedicamos la mayor parte del tiempo (entre once y doce horas) a dormir, comer y cuidados personales y entre cuatro y cinco horas al ocio y la vida social. Las ocho horas restantes se reparten entre trabajar remuneradamente (unas tres horas), trabajos domésticos (de dos a tres horas), desplazamientos y otras actividades. Estas cifras son la media de toda la población, en España el 33% que trabaja lo hace durante algo más de siete horas, y las mujeres dedican el doble de tiempo que los hombres (algo más de cuatro horas diarias) al trabajo doméstico.

Jesús Alonso Millán

Fotografía: Rodolfo Barreto en Unsplash