Aparte de la peatonalización de la Puerta del Sol, ¿hay alguna otra buena noticia en esta recta final del terrible año de la pandemia? Pues la verdad es que sí. Por ejemplo estas dos:

Las energías renovables se consolidan

Ahora son algo más del 40% de la producción eléctrica en nuestro país, y dentro de ellas la energía solar (fotovoltaica y electrotérmica) ya se acerca al 10% de la producción total. La idea es que el 70% de la electricidad sea renovable para 2030, y el 100% en 2050. Parece que se va a conseguir este ambicioso objetivo.

Aquí hay tres buenas noticias en una. La factura de la luz bajará sensiblemente, porque ya no tendremos que pagar el coste de importar el gas natural u otras energías fósiles. Cada vez se lanzarán a la atmósfera menos sustancias tóxicas, como los óxidos de nitrógeno, sin contar la rebaja brusca de la emisión de CO2. Comprar un coche eléctrico saldrá cada vez más a cuenta, pues estos vehículos serán cada día menos contaminantes, a medida que la mezcla eléctrica que los alimenta sea cada vez más limpia.

Las energías renovables no son inocuas. Ocupan espacio (a veces mucho espacio), las presas impiden el movimiento de los peces río abajo y río arriba y pueden anegar pueblos enteros y los aerogeneradores matan todos los años miles de aves que chocan contra sus aspas. La diferencia con las centrales de energía fósil y nuclear es que las renovables se pueden hacer cada vez menos dañinas para el paisaje y la naturaleza, a veces de manera sorprendentemente ingeniosa. Por ejemplo, se ha informado que pintar de negro una sola de las aspas de un aerogenerador reduce la mortalidad de aves en un 70%.

¿Qué puede hacer el ecociudadano para apoyar este proceso de avance de las energías limpias? Es factible hacerlo directamente, colocando paneles solares en el tejado (fotovoltaicos o térmicos). La derogación del llamado “impuesto al sol” facilita la opción fotovoltaica a las comunidades de vecinos. También podemos contratar directamente a productores y comercializadores de energías renovables para nuestro suministro eléctrico.

Otra forma de apoyar el avance hacia una energía sostenible que está al alcance de todos es mejorar la eficiencia energética de nuestra vivienda. Hay muchos métodos sencillos y eficaces de reducir nuestro consumo, como las regletas para apagar de golpe varios aparatos y eliminar así el consumo en stand-by. Y los últimos cambios en la legislación están haciendo que la eficiencia energética crezca en los hogares, por ejemplo mediante la generalización de termostatos y reguladores de calefacción.

 

Aportación de las renovables a la producción de electricidad el 26 de agosto de 2020, según Red Eléctrica de España. Es un día flojo para las renovables, pues la producción eólica es bastante más baja de lo normal. Lo interesante es que la producción de electricidad solar (fotovoltaica y termoeléctrica) es más del 12% de la producción total de electricidad, y que poco a poco se consolida como una fuente muy importante, capaz de suplir cualquier desfallecimiento de la producción hidráulica o eólica. Balance eléctrico peninsular (GWh) 26/08/2020 a las 8:14.

El consumo de carne y leche sigue en descenso paulatino

El consumo de carne y leche es un viaje de ida y vuelta. En España fue muy bajo (menor de 30 kg por persona y año) hasta hace aproximadamente 60 años, llegó a un máximo hacia el año 2000 (150 kg por persona y año, a razón de unos 60 kg. de carne y 90 de leche) y decrece poco a poco desde entonces.

¿Por qué eso es una buena noticia? En dos palabras, porque la ganadería industrial que produce esas montañas de carne y ríos de leche que consumimos es completamente insostenible. Consume demasiada energía por unidad de producto, energía fósil y contaminante en su mayoría. Produce demasiados residuos (una granja de cerdos de mediano tamaño produce tanta agua residual como un pueblo entero). La existencia de estos animales puede ser muy penosa: permanecen hacinados sin posibilidad apenas de moverse, y reciben elevadas dosis de medicamentos, para prevenir que se derrumben por sus malas condiciones de vida. La carne y la leche producidas así son aparentemente baratas, pero tienen un coste social y ambiental muy alto.

Reducir el consumo de carne y leche a un nivel sostenible tiene muchas ventajas. Si seguimos comiendo carne, pero en menor cantidad y de mejor calidad, procedente de la ganadería extensiva (esos animales que triscan por el campo en busca de hierba o bellotas) ahorraremos dinero, pero no mucho, porque la carne de calidad es cara. Si seguimos una dieta flexitariana (con consumo de carne ocasional) sí lo notaremos más en nuestro bolsillo. NOTA: la dieta vegana a base de ultraprocesados, como las hamburguesas de tofu, es muy cara.

La principal ventaja está en otro lado. Todos los expertos en salud coinciden en que las dietas bajas en carne mejoran los años de las personas que las siguen, reduciendo su posibilidad de caer enfermas.

No es solo el caso de la carne y la leche. Hay un creciente clamor por alimentos más sanos, más cercanos y menos transformados. Comida de la que sepamos dónde, cómo y de qué manera ha sido producida.

Hay malas noticias por todas partes, además de la pandemia que se alarga demasiado: una reciente estimación habla de 200.000.000.000 kilos de plástico en el océano Atlántico, el coche eléctrico no arranca por más ayudas que se le inyecten, el transporte público no pasa una buena época. El telón de fondo del cambio climático es cada vez más sombrío, si hacemos casos de las sequías recurrentes y olas de calor que nos tocará pasar, según el IPCC. Por esta razón, los cambios de rumbo claros y sostenidos, como el que nos lleva hacia las energías renovables y hacia una dieta baja en carne, son tan importantes.

Fotografía: Dawid Zawiła en Unsplash