Hay un sistema sencillo de llevar a cabo un consumo sostenible: rechazar los productos molestos, nocivos y que nos complican la vida.

La vida cotidiana está llena de ofertas que no podemos rechazar, vamos, que no aceptan un no por respuesta. Como ese pack de llamadas gratis entre las 3 y las 4 a.m. entre capitales de provincias sin salida al mar. O la irresistible oferta de dos tazas de porcelana de Sargadelos gratis que acompaña la compra de cuatro latas de atún. O las tijeras de regalo previa la compra de unas tiritas en una farmacia. No es fácil ser un consumidor consciente e informado, rodeados de tantos cantos de sirena.

Todo el día nos conminan a elegir mejores productos, a ser posible sostenibles, y hay una complicada jungla de etiquetas y marchamos para ayudarnos en la tarea. Así que, lupa en mano, investigamos el origen de los productos, si su fabricación ha seguido las normas éticas pertinentes, si carecen de aditivos químicos, potencialmente tóxicos, etc. Buscar lo bueno no es fácil, pero hay que hacerlo.

Hay una vía complementaria: rechazar lo nefasto (como estas peras que recorren todo el planeta sin necesidad), que es algo que hacemos sin dudar cuando algo es demasiado caro, está estropeado o nos resulta ofensivo de alguna manera. El caso es que ampliando nuestro campo de productos rechazables podemos consumir de manera más sostenible (buena para nuestro bolsillo, nuestra salud y nuestro planeta) usando solo algunas reglas sencillas de sentido común.

Ahí va una lista de seis tipos de artículos que (a no ser que tengamos mucha afición por ellos) no deberíamos comprar: se trata de aquellos…

 

… que nos complican la vida innecesariamente

Por ejemplo, abrillantadores de lavavajillas o suavizantes de ropa. ¿Para qué queremos que los vasos brillen o que la ropa sea suave? Los que nos vendieron esto podrían venderle una nevera a un esquimal. La lista de electrodomésticos de utilidad más que dudosa es muy larga, aquí y aquí puedes consultar dos listas de electrodomésticos particularmente inútiles.

 

… supuestamente duraderos que en realidad son de usar y tirar

Buenos ejemplos son los electrodomésticos que se usan una vez y no más, como la licuadora, la vaporetta o el robot de limpieza.

 

… que resuelven problemas que no existen

El acelerado ritmo de la vida moderna es la coartada para vendernos muchos productos de utilidad dudosa, desde comida rápida a aspiradores turbo-ciclónicos. Todos estos productos ahorran tiempo, se dice. En realidad, recientes investigaciones muestran que tenemos mucho más tiempo a nuestra disposición que nuestros antepasados, sometidos a jornadas laborales de 14 y 16 horas. Salvo en casos especiales (por ejemplo, mujeres y hombres con hijos, casa que llevar y jornada laboral completa) tenemos mucho más tiempo del que creemos para cocinar o hacer una limpieza tranquila de la casa.

 

… que agravan los problemas que dicen solucionar

Un buen ejemplo son los ambientadores. Si la atmósfera es pesada en tu casa, no conseguirás nada encendiendo un ambientador (los hay hasta eléctricos) aparte de cargar más el aire con moléculas potencialmente nocivas. Es mucho mejor, y más barato, ventilar la casa. Un número sorprendentemente grande de cosméticos, que supuestamente cuidan y protegen la piel, en realidad la estropean, pues utilizan compuestos químicos agresivos como conservantes y aditivos.

 

… que nos dan gato por liebre

Muy abundantes entre los alimentos, lógicamente. La falsificación y adulteración de alimentos es la actividad más antigua de la humanidad. La diferencia es que antes los compradores eran engañados por tenderos sin escrúpulos, y ahora por reclamos y marchamos atractivos en los envases, como “100% natural” o “eco”. Queso que no es queso, sino una emulsión de grasas lácteas y de otro origen, o jamón de York que tiene menos de un 50% de carne, son algunos ejemplos.

 

… sobredimensionados

Muchas personas necesitan una bicicleta, pero se compran un SUV. El demonizado coche diésel de 1.500 kilos, usado esporádicamente para transportar a 70 kilos de persona humana, es el ejemplo más notable de producto mucho más grande y pesado de lo necesario. Otro buen ejemplo es la necesidad de comprar una caja con cincuenta tornillos cuando solo necesitamos doce. Los 38 restantes irán a parar a la basura. Otro son los frigoríficos. Familias de tres miembros compran un armatoste de dos puertas y 400 litros de capacidad que será muy difícil de llenar y que consumirá mucha más energía de la necesaria.

Los hábitos de compra, dentro de los límites del dinero disponible, son una opción muy personal, y difícil de cambiar. Lo que aquí te proponemos es simplemente que ahorres mucho dinero y hagas un favor a tu salud y a tu planeta planteándote algunas preguntas antes de echar mano de cualquier producto: ¿lo necesito de verdad?, ¿me facilita la vida, o me la complica?, ¿tiene que ser así de grande, o me apaño con un tamaño más pequeño?, y así sucesivamente. El dinero que ahorres lo podrás dedicar a conseguir las cosas que realmente te gustan y te satisfacen, cada uno tiene su propia lista.

Jesús Alonso Millán

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