Una visita a un vertedero «incontrolado» nos dará la respuesta. Los residuos urbanos, si no se tratan adecuadamente, terminan siendo acumulados por millares de toneladas en barrancos y huecos del terreno. A continuación, la materia orgánica se pudre y fermenta, produciendo malos olores y grandes cantidades de gas metano. Además, el agua procedente de las lluvias se infiltra en el suelo mezclándose con la masa de basura en estado de putrefacción. Este proceso genera aportes de agua subterránea contaminada (lixiviados), pudiendo afectar gravemente a la calidad del suelo, ríos, arroyos y acuíferos, a pesar de que estos se encuentren a grandes distancias.

El problema de los vertederos incontrolados se ha reducido mucho en los últimos años debido al creciente avance de la legislación en materia de protección al medio ambiente. Pero la basura domiciliaria, incluso si se lleva a una planta de tratamiento, sigue siendo un problema. Los residuos mezclados deberían ser separados en sus componentes valiosos susceptibles a reutilización, reciclado o valorización energética, (materia orgánica, metales, vidrio, etc.) pero muchas veces eso no es posible, y la mezcla termina enterrada en el vertedero. Los contenedores callejeros de vidrio, papel y envases ligeros han mejorado la separación previa de residuos, pero la adecuada separación y posterior reciclaje de los plásticos sigue siendo un problema, así como el reciclaje de los bricks.

Además, resulta claramente insostenible fabricar y distribuir millones de toneladas de objetos de materiales diversos para que terminen, pocos días después de su consumo, atestando vertederos y plantas de tratamiento. En este caso, resulta mucho más lógica la opción de envases reutilizables. La dirección a tomar es la de la economía circular, en la que el subproducto de un proceso es la materia prima de otro.

¿Qué cantidad de residuos producimos?

No es fácil responder a esta pregunta: cada persona y cada hogar es un mundo, las regiones más ricas producen más residuos que las de menor renta, las ciudades producen más por persona que las áreas rurales. No obstante, a grandes rasgos, la producción total de residuos urbanos en España se estima en unos 22 millones de toneladas anuales, es decir, aproximadamente 1,3 kg diarios (año 2017) por persona. Para poner esta cifra en un punto de comparación, hay que decir que se trata de una cifra habitual en los países de la Unión Europea, tal vez ligeramente por debajo. Está algo por debajo de los más de 2 kg por persona y día de los Estados Unidos, y muy por encima de los 300 gramos diarios –o menos– de muchos países en vías de desarrollo.

¿Cuánta deberíamos producir?

La producción de residuos urbanos ha crecido con gran rapidez en España. Hacia principios de los años 70 del siglo XX era sólo de 199 kg por habitante al año. Durante los años 80 de ese siglo creció sostenidamente, ascendió a 280 kg por habitante al año; en los 90 el crecimiento de la población y las mejoras en la economía propiciaron mayores consumos, para finales de los 90 la producción de residuos urbanos ascendió a 450 kg por habitante al año y en el año 2002 esa cifra subió a 557 kg por habitante al año. Posteriormente se ha estabilizado e incluso descendió claramente durante los años de la crisis, a partir de 2008.

El crecimiento de la producción de residuos tiene varias causas. La principal es sin duda la proliferación de envases desechables: hasta 1970 eran comunes los envases rellenables –por el sistema de «devolver el casco»– de vino, leche, cerveza y otros productos, y el vidrio tenía una cuota de mercado muy alta. Los sistemas de retorno de envases desaparecieron rápidamente en las décadas posteriores, al mismo tiempo que los envases de plástico, aluminio y bricks conseguían importantes cuotas de mercado.

Al mismo tiempo, han surgido nuevos consumos antes casi desconocidos: por ejemplo, el agua envasada ha pasado de ser un artículo de lujo a un uso corriente, y eso implica añadir más envases al flujo de residuos. A principios de 1970, en España, el consumo de agua envasadas por habitante al año era de 5 litros; en el año 2018 este consumo ascendió a 134 litros de agua por habitante al año. Los productos, además, tienden a llevar envases más complejos con más gancho para el consumidor: por ejemplo, las cajas de cartón que envuelven tarros de vidrio o latas de conserva, o los packs de varias unidades envueltos en plástico o cartón.

La respuesta a la pregunta «¿Cuánta basura deberíamos producir?»

Es evidentemente «la menos posible», pero eso es más fácil de decir que de hacer. Hay que tener en cuenta que los modernos sistemas de envasado son extremadamente higiénicos, y que la venta a granel es inadecuada para muchos tipos de alimentos o productos de limpieza.

No obstante, lo que sí se puede hacer es frenar el crecimiento de la producción de basura y, a continuación, intentar reducirla poco a poco. Existen muchas maneras de hacerlo. Los fabricantes pueden reducir el peso unitario de los envases (por ejemplo, reduciendo el espesor de las paredes de las latas de bebidas), o pueden fabricar envases más simples, sin cajas o bolsas añadidas. El papel de los consumidores es crucial. Principalmente, pueden rechazar los envases excesivamente complejos, que sólo sirven para incrementar el precio del producto sin elevar su calidad.